pese a las consecuencias nefastas para la salud
La esposa perfecta en Mauritania tiene sobrepeso porque, según las creencias populares, es síntoma de buena salud y, muy especialmente, de fertilidad. Algunas familias han engordado a sus hijas para garantizar que consiguen un buen matrimonio, aunque esto tenga consecuencias nefastas para su salud. Cuando Souadou Isselmou tenía siete años sus padres la empezaron a alimentar con dos cubos de gachas y cuscús al día. Además, su madre le cocinaba una oveja entera con aceite y mantequilla.
"Tenía que comérmela en una semana", recuerda. Para que digiriera rápido, y volviera a comer antes, le hacía un brebaje especial con agua, leche y azúcar. Llegó a odiar tanto este menú diario que se escondía la comida en su abaya (túnica tradicional) para tirarla cuando sus padres no la vigilaran. "Algunas veces me pillaban, pero aún así conseguí deshacerme de la comida suficiente", confiesa.
Todo era "para que un hombre quisiera casarse conmigo", explica. Y lo consiguió. "A los 13 años me casé con mi primo y un año después ya tenía mi primer hijo", relata a Thomson Reuters Foundation desde la casa de una amiga en la capital mauritana, Nuakchot.
Con estos métodos, una niña de ocho años puede llegar a pesar 140 kilos. Las jóvenes pueden alcanzar hasta los 200 kilos. "Yo ya no cabía en mi ropa", subraya Isselmou, que hoy, a sus 40 años, padece diabetes de tipo 2. Youma Mohamed, una activista mauritana, indica que el sobrepeso también provoca hipertensión y dolencias cardiacas crónicas. "Los hombres mauritanos ven a las mujeres grandes más atractivas", indica Aminetou Mint Moctar, jefa de la Association des Femmes Chefs de Famille, una ONG local. "Lo interpretan como un signo de riqueza y de que va a ser una buena esposa", añade.
El arraigo de esta costumbre es tan fuerte en ciertos lugares, sobre todo en las zonas rurales, que las familias la mantienen incluso en momentos en los que la nación africana sufre una fuerte sequía que ha disparado la desnutrición infantil. Estas familias, las más pudientes, han recurrido a productos químicos, como corticoides. "Estas pastillas se usan para animales, por lo que pueden ser incluso más peligrosas que comer en exceso", comenta Mint Moctar, cuya organización lucha por criminalizar esta práctica.
En las ciudades este ritual es cada vez más raro. "Tener un trabajo y un ingreso les permite permanecer firmes ante sus familias y tomar sus propias decisiones", cuenta otro activista mauritano. Isselmou, por ejemplo, no engordó a sus hijas. "Son sus cuerpos, no el mío", defiende.