CINCO AÑOS DE LA CATÁSTROFE NUCLEAR
Calles desiertas y un silencio sepulcral dan la impresión de que Naraha aún es un pueblo fantasma, pese a que sus habitantes ya pueden regresar tras ser evacuados por la catástrofe nuclear de Fukushima, de la que esta semana se cumplen cinco años.
Esta localidad nipona, ubicada a unos 17 kilómetros al sur de la accidentada central de Fukushima Daiichi, es la primera de las siete poblaciones más próximas a la planta donde se ha levantado completamente la orden de evacuación en todo su terreno.
Sin embargo, desde que en septiembre de 2015 las autoridades niponas decretaron que los niveles de radiación en Naraha son lo suficientemente seguros para que vuelva a ser habitable, sólo 440 de sus 8.011 ciudadanos han querido regresar, según datos del ayuntamiento.
"Casi todos los que hemos vuelto somos personas mayores. Sólo hay una familia con niños en todo el pueblo", relata a Toshimitsu Wakisaka, quien se muestra orgulloso de ser "uno de los primeros" oriundos de Naraha que regresó a casa. "Estaba cansado de vivir en alojamientos temporales y extrañaba mi tierra", explica. A sus 70 años, dice "no preocuparse demasiado" por los riesgos que podría tener sobre salud la exposición a residuos radiactivos emanados del desastre nuclear.
Wakisaka trabaja como repartidor de periódicos a domicilio y recorre a diario grandes distancias en motocicleta hasta otros pueblos y ciudades, ya que "la mayoría de las casas de la zona siguen vacías", según cuenta.
Más de 74.200 ciudadanos de toda la prefectura de Fukushima siguen evacuadas a raíz de la catástrofe nuclear desatada por el terremoto y el tsunami del 11 de marzo de 2011, mientras que apenas unos 4.500 han regresado a las áreas donde se ha levantado la prohibición de residir, según los últimos datos del Gobierno regional.
A la pequeña estación ferroviaria de Tatsuta -la más próxima a Naraha- llegan trenes con escasa frecuencia y prácticamente sin pasajeros. El único colegio de educación primaria y secundaria del pueblo está cerrado por obras tras años de abandono, y se prevé que reabra sus puertas en 2017.
Para observar señales de vida en Naraha hay que aproximarse a los únicos comercios abiertos: un supermercado y dos restaurantes de soba y ramen (dos variedades de fideos japoneses), situados junto al ayuntamiento y con acceso directo a una autopista que conduce a la central nuclear.
"Nuestros clientes son sobre todo trabajadores de la planta que están de paso, ya que apenas hay gente en el pueblo", señala Miyuki Sato, propietaria de uno de estos establecimientos y originaria de Naraha, aunque reside actualmente en la cercana Iwaki.
Frente a su restaurante, un tenderete vende café a los obreros uniformados que desfilan entre el supermercado y otro puesto ambulante de yakitori (brochetas de pollo). "Sólo usamos agua mineral embotellada para hacer café. No me fío de lo que dice el Gobierno", cuenta Reiko Koizumi mientras rellena la cafetera, para aclarar que no ha empleado agua del grifo por temor a que estuviera contaminada.
Koizumi procede de Tomioka, una localidad a sólo 10 kilómetros de Fukushima Daiichi donde sigue vigente la orden de evacuación debido a los altos niveles de radiación, por lo que esta madre trabajadora también reside con su familia de forma temporal en Iwaki. Aunque aspira a volver "algún día" a su casa, se muestra "preocupada por los efectos a largo plazo" que podría tener la radiactividad sobre la salud de sus hijos.
"Me gustaría que tuvieran un futuro seguro y sin problemas, y para eso creo que Japón debería abandonar la energía nuclear", manifiesta esta mujer, cuyo marido, Heiichi Koizumi, trabaja como técnico en el sistema de procesado y almacenamiento de agua radiactiva de la planta.
En Naraha, como en otras localidades cercanas a Fukushima Daiichi, gran parte de los empleos dependían de forma directa o indirecta de la central atómica, por lo que tras el accidente muchos de sus habitantes quedaron en el paro además de perder sus hogares.
Los evacuados reciben compensaciones económicas de la propietaria de la central, mientras que el Ejecutivo nipón ha activado un plan para reavivar la economía local, que incluye la instalación de un centro de I+D de robótica y otras tecnologías que serán empleadas en el desmantelamiento de Fukushima Daiichi.
Desde antes del desastre nuclear, la población de Naraha ya se veía diezmada por el envejecimiento demográfico y por la emigración a las grandes urbes, un problema que también afecta a otras áreas rurales de Japón. El destino de esta localidad, en cualquier caso, parece inevitablemente ligado al de la central atómica.