CRISIS DE REFUGIADOS
Populismo, electoralismo, sociedades homogéneas y aisladas durante los años del Telón de Acero y una incompleta transición hacia la democracia son algunas de las razones del rechazo de los países del Este de Europa a las cuotas de refugiados aprobadas por la Unión Europea (UE).
Hungría se ha lanzado a construir kilómetros de alambrada para impedir físicamente la llegada de inmigrantes y aplica penas de cárcel para quienes crucen la frontera ilegalmente. Eslovaquia va a llevar incluso ante la Justicia el sistema de cuotas diseñado por la Comisión Europea (CE) para distribuir el peso de atender a quienes huyen de la pobreza o la guerra.
Esos dos países, junto a República Checa y Rumanía, son los únicos socios de los Veintiocho que se han opuesto a un sistema que prevé distribuir a 120.000 refugiados en los próximos dos años.
El primer ministro húngaro, el nacionalista Viktor Orbán, considera a los refugiados "inmigrantes económicos" que amenazan la identidad europea, una postura que comparte su homólogo eslovaco, el socialdemócrata Robert Fico, dispuesto a acoger sólo a 200 refugiados, pero sólo de la minoría cristiana de Siria.
Orbán ha insistido en que la llegada masiva de musulmanes acabará minando desde dentro los valores de la Europa cristiana. Un reciente sondeo de Eurostat mostró que el 83% de los checos son contrarios a recibir refugiados y que el 44% no quiere que su gobierno se gaste ni una corona en recibirlos.
"El Gobierno checo se comporta de manera intransigente porque quiere contentar a la opinión pública mayoritaria, ya que es el país de toda Europa más contrario a los refugiados", explica a el analista político Jiri Pehe. Considera "una decepción que a esta postura populista se haya sumado la izquierda socialdemócrata".
En República Checa, Eslovaquia y Rumanía sus gobiernos están controlados por coaliciones o partidos de centroizquierda. A juicio del analista, con esa posición "se demuestra la absoluta falta de entendimiento de lo que es la solidaridad europea, porque la República Checa se comporta casi siempre de manera insolidaria y egoísta".
La situación es similar en Eslovaquia, donde su Ejecutivo sigue la opinión mayoritaria de la población y, de acuerdo con los sondeos, casi dos tercios son contrarios al asentamiento de refugiados, señaló a Efe Grigorij Meseznikov, analista del Instituto de Cuestiones Públicas. Además, según Meseznikov, "Fico se está preparando para las elecciones y considera que ponerse bastante duro con la UE en el asunto de los inmigrantes le traerá votos en los comicios de marzo".
"Desgraciadamente, ahora vemos la limitación de nuestro proceso de transformación en Europa Central, cuando algunos políticos se mantienen atrapados en el pasado", lamentó el analista.
En Rumanía, el 56% de la población se opone a acoger a refugiados y, aun más, un 65%, no quiere que se establezcan en el país. En este caso, Dan Dungaciu, director del Instituto de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Academia Rumana, achaca ese rechazo a la falta de información.
"Los políticos han ofrecido información ambigua, lo que ha hecho que la población se informe de medios sensacionalistas", explicó este sociólogo. Con todo, Bucarest es el único de estos países "duros" que se ha mostrado dispuesto a cambiar de postura y reconocer que podría recibir a los 4.837 refugiados que le asigna el reparto por cuotas.
Pero, ¿por qué es la población de estos países tan reacia a abrir las puertas a los refugiados? Una respuesta puede ser que veintiséis años después de salir de las dictaduras comunistas y tras once años de plena integración en la UE (ocho en el caso de Rumanía), estos países siguen padeciendo las cuatro décadas que estuvieron aislados tras el Telón de Acero.
Georg Hoffmann-Ostenhof, un prestigioso analista austríaco, explica en ese aislamiento la actitud de estos Gobiernos y pueblos. Tras la II Guerra Mundial, a la limpieza étnica de los judíos, aplicada por los nazis o sus aliados locales, se unió un proceso de homogeneización de la población con la expulsión, por ejemplo, de millones de alemanes étnicos del Este y el Centro de Europa.
Esas sociedades "limpias", según explica Hoffmann-Ostenhof en un reciente artículo del semanario Profil, quedaron inmediatamente encapsuladas en dictaduras comunistas sin contacto con el exterior. El Este no vivió los procesos de mezcla cultural que tuvieron lugar en la mayoría de países de Europa Occidental por la llegada masiva de trabajadores extranjeros en décadas pasadas.
Además, la caída de las dictaduras en 1989 supuso también el fin del control que la entonces Unión Soviética mantenía sobre estos Estados satélites y el resurgir del sentimiento de soberanía nacional, incluida la identidad cristiana, a cuya defensa tanto alude Orbán.