Opinión
Manu Sánchez hace una comparativa entre el asalto en Brasil y el asalto al Capitolio de Estados Unidos, un suceso que "precipitó mi estreno en esto de la información generalista".
Fue hace dos años. Era un 6 de enero. Sobre las ocho de la tarde en España, llegaba una de esas noticias que uno no cree. Hordas de ultras tomaban el Capitolio. ¡El Capitolio de Estados Unidos! Nunca lo olvidaré... Porque aquello precipitó mi estreno en esto de la información generalista. Pues casi a la misma hora, casi el mismo día, he vivido... hemos vivido ahora un 'deja vu' de aquello. Solo hay que cambiar el capitolio de Washington por la plaza de los tres poderes de Brasilia, solo hay que cambiar las bandera de las estrellas por la verde amarela y poco más...
Las mismas caras desencajadas y fanáticas, la misma obsesión por grabar todo con sus móviles, la misma destrucción en los edificios, en los despachos, la misma barbarie... Eso en la forma... En el fondo: el mismo fanatismo a la hora de no aceptar los resultados en las urnas.
Dos líderes populistas detrás dándole soporte: Trump y Bolsonaro, pero hay algo más en común. El decisivo papel de las redes sociales en la orquestación de todo esto. Desde que aparecieron nada es lo mismo. Para lo bueno, que algo tienen... pero, en este caso, para lo malo. Estas revueltas no se puede entender sin su toxicidad. Sin su capacidad de movilizar y manipular. Por ellas, circula el odio, la mentira y la desinformación sin control alguno, sin filtro.
Ya van dos intentos de golpes contra la democracia. Y en dos países de enorme peso en el mundo. Un día vamos a tener un disgusto muy grande.