Corea del Norte
El dictador norcoreano orientó el futuro de Corea del Norte con sus políticas herméticas y militares.
No era un dios. Kim Jong-il falleció el 17 de diciembre de 2011 tras sufrir un infarto. La sociedad norcoreana lloró su muerte, llantos forzados carentes de lágrimas que no mostraban un duelo real, sino el miedo a acabar como aquellos que el Estado consideraba problemáticos al no mostrar el respeto apropiado al régimen: una doctrina del terror.
El culto al líder fue uno de los mejores trabajos que pudo realizar el dictador, el relato sobre Kim Il-sung, su padre, como salvador del pueblo coreano le legitimó a que en 1994 hiciera historia, fue la primera vez que una dictadura comunista era heredada por el hijo del anterior tirano, el origen de la dinastía Kim. El relato asentó sus bases en la de un mesías, el propio Kim Jong-il cuenta en su biografía oficial que nació en el sagrado monte Paektu, el más alto de la península, donde según el discurso nacionalista nació Corea.
Pero el principal problema de la propaganda, por mucho que convenza, es que debe enfrentarse a los hechos. El mismo año que Kim Jong-il asume el poder su sociedad tiene que hacer frente a la mayor hambruna de la historia del país. La desaparición de las ayudas por parte de la Unión Soviética debido a su disolución y las fuertes inundaciones son un páramo desolador para la población, que no para el régimen. El número de fallecidos oscilan entre el dato oficial de Pionyang, que los cifraran en 220.000 muertos, y los datos de otras fuentes como la CNN que aseguran que en ese período 2 millones de norcoreanos habrían muerto a causa de la escasez de alimentos.
Paralelamente, después de que en el año 2000 ambas Coreas restablezcan sus relaciones diplomáticas, Kim Jong-il desarrolla en secreto sus armas de destrucción masiva. Ante las advertencias de EE. UU. para que no siga con el programa nuclear, en 2003, Corea del Norte abandona el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TPN), tras conseguir crear su propia bomba atómica. En sus últimos años de vida, Kim Jong-il coloca sus fichas en el tablero, era la herencia que recibirá su hijo, Kim Jong-un, quien al igual que sus antecesores, continúa el pulso con Occidente.