LA EPIDEMIA DEJÓ MÁS DE 11.000 MUERTOS
Ibrahim tiene 4 años y apenas habla porque no entiende bien el inglés. Proviene de una aldea alejada de la capital de Sierra Leona, Freetown, donde se habla la lengua Krio. Su vida, llena de adversidades en los últimos meses, simboliza la esperanza de miles de niños, niñas y jóvenes que han esquivado o superado el ébola en este año y medio en alguno de los tres países de África Occidental (Sierra Leona, Liberia y Guinea Conakry), pero que a cambio han pagado un elevado precio: la enfermedad ha matado a sus padres, dejándolos huérfanos y en muchos casos solos en el mundo.
Ibrahim vivía con su tío en la aldea. Un día su padre enfermó, lo llevaron a un hospital y allí murió: tenía ébola. Sus hermanos también fallecieron contagiados y su madre se fue de casa. Ante el temor a que él también hubiera sido infectado por el ébola, una ambulancia lo trasladó a un centro sanitario, donde lo desinfectaron rociándolo con clorín.
Lo que en esta parte del mundo calificamos como negligencia y en África lo achacan a la mala suerte hizo el resto: el clorín tocó sus ojos, perdió la vista en uno de ellos y empezó a perder la vista del otro.
Semanas después, las autoridades se extrañaron al comprobar que nadie lo visitaba en el centro médico ni lo reclamaba para llevárselo a casa, así que decidieron poner un anuncio en el periódico. Los misioneros salesianos, al verlo, pidieron hacerse cargo de él.
Ese día no sólo cambió su suerte, sino que también lo hizo su vida al entrar en el Centro Salesiano de Atención Provisional para Niños Afectados por el Ébola, en Lungi, un lugar creado por la petición expresa del Gobierno para que los misioneros salesianos cuidaran a algunos de los menores que han quedado huérfanos por la epidemia.
Desde diciembre de 2013, más de 11.200 personas han muerto por el virus del ébola en los tres países y hay más de 28.000 afectados. Los gobiernos calculan que más de 16.000 menores han perdido a uno o ambos progenitores durante la epidemia.
Un enemigo invisible y mortal
A pesar del temor al enemigo mortal e invisible que representaba el ébola, los misioneros salesianos aceptaron el reto. Desde entonces, más de 250 menores han sido acogidos por los Salesianos en Sierra Leona para superar el trauma de la pérdida de sus padres, seguir estudiando a pesar de haber estado suspendidas las clases durante nueve meses y para poder reintegrarse con sus familias extendidas (tíos y abuelos).
"Venían débiles, desconcertados y se mantenían aislados y sin hablar. Poco a poco han ido recuperándose; primero, físicamente gracias a la alimentación, pero también psicológicamente con atención individualizada y talleres de dibujo, teatro, malabarismo, danza y deportes.
Ahora sonríen, están superando el trauma de la muerte de sus padres y el estigma de haber sufrido la enfermedad y sueñan con un futuro lleno de oportunidades, con ser médicos o maestros para poder ayudar a otros niños", asegura el padre Ubaldino Andrade, salesiano que ha participado en todo el proceso de adaptación de una escuela hasta convertirla en el hogar de estos menores y en su día a día hasta la reintegración con sus familiares.
En el centro de Lungi, los progresos de los menores han ido acompañados de buenas noticias en los países afectados: los nuevos contagios se reducían e incluso Liberia fue declarada el pasado 9 de mayo "libre de ébola". A pesar de ello, los misioneros salesianos advertían de que "no se podía bajar la guardia y había que seguir tomando todo tipo de precauciones para evitar contagios porque el ébola podría reaparecer en cualquier momento".
El brote actual, el más grave desde que se descubrió la enfermedad en 1976, había desaparecido de los medios de comunicación. En África seguían muriendo personas, pero en Europa y en América ya no era noticia porque no había compatriotas afectados.
El reto de Ibrahim
Entretanto, Ibrahim, que siempre ha sido el más pequeño de los menores acogidos, también supo hacerse su sitio en el grupo: sabía reclamar la atención de los mayores para que lo ayudaran y cuidaran pero a la vez demostraba que era independiente y capaz de hacer cosas por sí solo.
Un misionero salesiano alemán, Lothar Wagner, logró traer a especialistas oftalmólogos desde Alemania para que diagnosticaran el caso de Ibrahim. Cuandodijeron que con una intervención quirúrgica y una larga convalecencia podría recuperar la visión el objetivo fue hacer posible esa operación.
Hace cuatro meses, la Embajada alemana en Sierra Leona consiguió el visado y el pasaporte para que pudiera viajar al norte de Baviera. Lo acompañaría el misionero salesiano y una prima mayor de edad para poder comunicarse en lengua Krio y que no estuviera solo.
Hace unas semanas, Ibrahim se despidió de sus compañeros en el centro para viajar lejos y poder volver a ver el mundo con la esperanza que estaba aprendiendo en el centro de los Salesianos.
Sin embargo, el tiempo transcurrido desde el accidente que sufrió y las deficiencias sanitarias de Sierra Leona truncaron el diagnóstico inicial: un ojo lo perderá, pero el otro, con un 15% de visión en la actualidad, podrá recuperar la visión total de manera progresiva hasta que cumpla los 14 años con alguna intervención quirúrgica y un tratamiento conservador.
Ibrahim no entiende aún bien lo que le ocurre y, aunque tendrá que viajar más veces a Alemania, ya está de vuelta con sus amigos. Su regreso coincidió con la confirmación en Liberia de la muerte de un adolescente por el virus. Desde entonces se han registrado cuatro casos más. En Sierra Leona, la epidemia sigue sin controlarse y, aunque los contagios se han reducido, la cifra de muertos continúa aumentando.
Para no olvidar a los afectados
Por ese motivo, para que no se olvide el ébola, y porque todavía queda mucho por hacer por la población afectada por el virus y, sobre todo, por los menores que han perdido a sus padres y la ilusión por el futuro, MISIONES SALESIANAS ha lanzado la campaña 'Y ahora, ¿qué?', para poder seguir luchando contra la epidemia y contra sus consecuencias.
Los menores huérfanos se han convertido en unos héroes silenciosos del ébola porque le han ganado la batalla y deben prepararse para seguir la vida sin padres ni hermanos. Muchos, sin embargo, han quedado en la calle a merced de la explotación laboral y sexual, sin ir al colegio, sin tener qué comer, y necesitan ayuda para volver a disfrutar de ser niños, niñas y adolescentes con un futuro esperanzador por delante.
'Y ahora, ¿qué?'. Ahora es el tiempo de seguir ayudando para que todos los menores afectados por el ébola puedan, como Ibrahim, encontrar a alguien que rebose generosidad para curar sus heridas y alimentar sus esperanzas.