TENDRÁN QUE EVITAR LA VIOLENCIA
Los colombianos se enfrentan a un examen insólito en Bogotá, donde tienen como reto disfrutar sin violencia de una noche de fiesta con horario extendido para demostrar que pueden festejar en paz, tarea que, si se supera, ampliaría los horarios de cierre de locales de 3 a 5 de la madrugada.
Hasta el momento, si se quiere salir de fiesta o "de rumba", como la llaman los colombianos, el reloj es quien domina el plan, pues, para evitar las riñas que provoca el alcohol, desde 1995 rige una norma que restringe los horarios y que ahora podría modificarse.
Es la llamada Ley Zanahoria (en referencia a los sanos hábitos de vida que se asocian a esta verdura) que se inició en Bogotá hace casi dos décadas pero que, debido a sus buenos resultados a la hora de reducir altercados, se ha ido extendiendo desde entonces al resto de Colombia, donde la fiesta termina a las 3 de la madrugada. La lógica es simple: con menos tiempo de fiesta, menos alcohol ingerido y, por consiguiente, menos violencia.
La bebida por excelencia de las rumbas colombianas es el "guaro" (aguardiente), con 45 grados de alcohol y que se vende por botellas en bares y discotecas.
"Cuando la gente se emborracha pierde el control y si se extiende la rumba esos problemas pueden ser mayores", dijo Claudia Restrepo, vecina del barrio bogotano de Chapinero, uno de los más movidos durante las noches. Temerosa de los ruidos que pueden producirse bajo su casa, donde se concentran numerosos locales, esta colombiana es una de las muchas voces que se muestran a favor de mantener la restricción, que ahora se ve amenazada con el experimento que se desarrolla en 14 zonas de fiesta de Bogotá.
La ciudad, convertida en laboratorio sociológico por una noche a iniciativa de su alcalde, Gustavo Petro, cuenta con el apoyo de 2.000 establecimientos que participan en la iniciativa, y se espera que, en caso de funcionar, que sea la primera piedra del cambio fiestero.
Por el momento se decreta, según el regidor, como un premio por el "buen comportamiento" de los colombianos, que no registraron incidentes en Bogotá durante las últimas dos ocasiones en las que se implantó la medida, los partidos de octavos y cuartos de final de la selección colombiana en el Mundial de Fútbol de Brasil.
Aquello fue una ocasión histórica para el fútbol, pues los cafeteros nunca habían pasado de la primera ronda, pero también para los registros de la Policía, que anotaron una veintena de muertes durante el torneo, la mayoría de ellas por arma blanca. Hubo, además más de 3.000 peleas solo en el primer encuentro contra Grecia. Pero si algo saben las autoridades es que la rumba en Colombia es como la energía, ni se crea ni se destruye, solo se transforma, y contando con que hay bares ilegales durante las prohibiciones el alcalde Petro prefiere la legalidad controlada.
"Habrá medidas adicionales de seguridad tanto públicas como privadas durante la rumba extendida, que busca sobre todo la muerte de los amanecedores (locales que abren hasta el amanecer) clandestinos", dijo el alcalde al presentar la iniciativa. La polémica está servida, y la expectación también.
De conseguirse la hazaña de concluir la fiesta sin violencia, Colombia podría adoptar nuevos horarios que generarían unos ingresos adicionales de 6.800 millones de pesos colombianos (3,6 millones de dólares) anuales, aunque eso implicaría beber más. Una de cal y otra de arena.
Hay quienes argumentan que el problema de la rumba colombiana no es que se beba mucho, sino que todos terminan la fiesta a la misma hora y se encuentran en la calle a la vez. Por tanto, contemplar la posibilidad de volver de forma más escalonada a casa, a medida que vencen las fuerzas, podría ser, para muchos, una buena idea.