PRIMERA COMUNICACIÓN ENTRE AMBOS
La candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, ha telefoneado en la madrugada de este miércoles a su rival republicano, Donald Trump, para reconocer su derrota en las elecciones presidenciales celebradas este martes.
Poco antes, las proyecciones de los medios locales concedieron a Trump los 270 votos electorales necesarios para ganar la Presidencia, tras darle la victoria en el estado de Wisconsin. Previamente, el jefe de la campaña de Clinton, John Podesta, había dicho que la ex secretaria de Estado no comparecería durante la noche, pidiendo a sus seguidores que "esperaran un poco más". La mayoría de los sondeos situaban a Clinton como favorita.
Una derrota ineludible
Todo empezó en 1972 con una derrota premonitoria. Una joven nacida en Chicago, de apenas 25 años, se fue a hacer campaña a Texas por el entonces aspirante presidencial demócrata George McGovern. Se llamaba Hillary Rodham y comenzó perdiendo. Esta noche lo hizo una vez más.
Su verdugo esta noche, el republicano Donald Trump, ya dijo en uno de los debates presidenciales que lo que más valoraba de su contrincante es que nunca se rendía, y es que Clinton está más que acostumbrada a perder, pero la derrota de este martes ha sido probablemente la definitiva.
Mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Yale, el compromiso con el servicio público ya le latía, así que decidió viajar al Medio Oeste para ayudar al registro de votantes en el segundo estado más grande del país, acompañada de su novio, también estudiante de leyes, Bill Clinton. Perdió en aquella campaña, como perdería más de 30 años después, en 2008, ante el joven y encantador senador Barack Obama tras una vida entera de lucha y progreso no exenta de escándalos, pero nadie dijo que fuera fácil, y ella lo sabía desde el principio.
Ahora Hillary Clinton ha perdido la última de las batallas, a sus 69 años recién cumplidos parece casi imposible que pueda presentarse de nuevo a unos comicios presidenciales, y ha dejado huérfano al país de ese logro histórico de tener una mujer en la Casa Blanca. Experta en capear escándalos políticos y personales, Clinton, quien nunca renunció a su apellido de soltera, se ha especializado en combinar disciplina y resiliencia, apretar los dientes y seguir adelante.
Durante el periodo de primarias, la sombra de la derrota de 2008 planeó sobre su cabeza, cuando ganó por un margen estrechísimo ante Bernie Sanders en Iowa, y fue derrotada de forma aplastante por el senador en Nuevo Hampshire, un escenario peligroso para el inicio electoral.
Como si a un plato le faltara la sal, a su vida pública no le podía faltar la polémica, así que en este periodo electoral el escándalo por su uso de un servidor privado de correo electrónico mientras era secretaria de Estado (2009-2013) hizo el cupo.
Aunque la Justicia decidió no procesarla a unas semanas de la Convención Nacional Demócrata en julio, la semana pasada, cuando las encuestas le auguraban un final de campaña tranquilo, el escándalo resucitó con la decisión del director del FBI, James Comey, de investigar nuevos documentos encontrados en otro caso y que, según notificó al Congreso, podrían estar relacionados con Clinton. La ausencia de obstáculos no era posible.
En su época de primera dama, cuando empezó a cobrar especial relevancia en la esfera pública, Clinton ya avisó de que no se quedaría solo en la caridad y las visitas formales -literalmente advirtió que no se dedicaría a "hacer galletas y servir té"-, sino que aspiró a cambiar las políticas federales.