Guerra Rusia - Ucrania
Pasamos la noche en un albergue de Frankfurt en Alemania al que llegamos a las cinco de la mañana. Están siendo días muy intensos conociendo, de cerca, las historias de cada uno de los 48 refugiados ucranianos con los que viajamos. Estos dos primeros días con ellos son toda una lección de vida.
Un grupo de voluntarios ayuda a descargar los 7.500 kilos de ayuda humanitaria con los que llegamos desde la localidad pontevedresa de Lalín a la polaca de Nova Savernyza. "Es una situación difícil para todos", nos cuenta Simón, uno de los jóvenes polacos que están colaborando. "Toda ayuda es poca", dice mientras afirma, con contundencia, "los pueblos deberían involucrarse en prestar una mano a la población ucraniana".
Estamos a 10 grados bajo cero y los primeros refugiadosque viajarán con nosotros se agarran al calor de un café.
Hacemos una segunda parada en Cracoviadonde recogemos a otros 38 refugiados. Se trata, en su mayoría, de madres con sus hijos que huyen, desesperadas, de la guerra.
Los abrazos son fuertes e intensos. Los gestos y las miradas dicen más que cualquier palabra.
En cuanto se suben todos al autobús ese silencio se rompe con el grito: "Yкраїнська Cлава" -"Gloria a Ucrania"- a lo que todos responden al unísono con un emocionado "Cлава Yкраїнська " "A Ucrania, Gloria". Vuelve el silencio.
Viajamos durante 13 horas desde Polonia a Alemania. A las cinco de la mañana aparcamos en Frankfurt. Y, tras una noche fría amanece una mañana cálida y luminosa en el interior del albergue donde hemos pasado las últimas horas.
Camino a una nueva vida
Sin casi tiempo de descanso, las ganas de otra vida se reflejan en cada rostro. La mirada de la pequeña Nona hoy es otra. Viaja junto a sus padres y sus dos hermanas. Ajena a todo lo que sucede se entretiene con un camión de juguete que le pasa una y otra vez Nes, nuestro cámara. La guerra estalló mientras su padre trabajaba en Praga. Él consiguió que su mujer e hijas abandonaran Jarkov inmediatamente. Nos cuentan que fueron escuchando el estruendo de las bombas en cada pueblo por el que pasaban al huir de su hogar.
Victoria, la hermana mayor, está entusiasmada con lo que conocerá en España. "Estoy deseando entrar en mi nuevo colegio y hacer buenos amigos". Es una apasionada de la pintura y parece dibujar con sus ojos un lugar mejor, lejos de la barbarie.
Katia tuvo que escoger entre la seguridad de su hijo Artem de cinco años o quedarse junto a su esposo en Jmelnitsk (Ucrania). "No tuve opciones", nos cuenta: "Mi hijo es lo primero".
Las historias se multiplican. La incertidumbre se mezcla con las ganas de un futuro mejor aunque cueste un mundo.