LA BEBÉ TENÍA 16 SEMANAS
Jeffrey Wilshire, de 52 años, fue grabado por las cámaras de seguridad haciendo el gesto del pulgar a hacia arriba a su novia, Rosalin Baker, de 25 años, cuando subió en un autobús de Stratford con el cuerpo de su hija Imani atado a su pecho. Después de 20 minutos de trayecto, ella dio la voz de alarma de que algo le pasaba a su bebé de 16 semanas, pero reaccionó de una forma "fría y tranquila", mientras el resto de pasajeros intentaba salvarle la vida.
Según se ha determinado en el juicio, que recoge 'The Mirror', el objetivo de toda esta puesta en escena era evitar que se descubriera las torturas que la menor había sufrido, por lo que ambos han sido condenados a 11 años de prisión, siendo 14 años la pena máxima para este tipo de delitos. El juez Nicholas Hilliard, que ha dictado la sentencia, ya mostró su opinión durante el juicio: "La vida de esa niña debe haber sido dolorosa, angustiosa y desconcertante y el fracaso, al menos, en su protección protegerla es un asunto muy serio que sólo puede resultar en una sentencia de privación sustancial de libertad".
"La vida de esa niña debe haber sido dolorosa, angustiosa y desconcertante"
Según recoge 'Metro', Imani, quien nació prematuramente a las 28 semanas, fue trasladada al hospital, pero se descubrió que había muerto por una fractura de cráneo y lesiones cerebrales. De hecho. los médicos creen que la niña había muerto incluso un día antes de llegar al Hospital General de Newham.
Durante el juicio, Baker afirmó que Wilshire había causado las lesiones de la niña antes de obligarla a subir al autobús para intentar inculparla. Sin embargo, el hombre negó haber sido violento con alguno de sus 25 hijos, dos de los cuales murieron, o con las 18 mujeres con las que los tuvo, y alegó que no sabía cómo había muerto Imani.
La Fiscalía argumentó que las agresiones que sufrió la menor, que se remontaron a al menos nueves días antes de su muerte, causaron la fractura de sus costillas, una fractura de cráneo y lesiones cerebrales, pero la madre insistió en que no había notado nada inusual en su hija, a excepción de una marca por encima del ojo. Lo único que le parecía raro era que la pequeña siempre estaba llorando cuando se quedaba a solas con su padre mientras ella iba a comprar.