Proyecto Sundial
Estados Unidos ideó en los años 50 una bomba capaz de destruir la Tierra. Décadas después, nuevas armas como la B61-13 reavivan las críticas al rearme nuclear.
En pleno apogeo de la Guerra Fría, la feroz rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética llevó al desarrollo de armas cada vez más destructivas. Fue en este contexto, durante la década de 1950, cuando el gobierno estadounidense impulsó el proyecto Sundial, un programa ultrasecreto para diseñar la bomba nuclear más potente jamás concebida. El responsable detrás de esta idea fue el físico Edward Teller, conocido como "el padre de la bomba de hidrógeno". Teller no pretendía acabar con el mundo, sino crear un arma que, por su sola existencia, disuadiera a cualquier nación de iniciar una guerra nuclear.
Sundial buscaba lograr una potencia equivalente a 10.000 megatones de TNT, una cifra que, para poner en perspectiva, sería mil veces superior a la bomba de Hiroshima. El diseño preliminar de esta bomba implicaba un mecanismo conocido como "muñeca rusa nuclear", compuesto por capas sucesivas de explosivos, con una reacción en cadena que multiplicaría exponencialmente su potencia. Aunque el proyecto fue descartado antes de alcanzar fases avanzadas, su existencia revela la magnitud de las tensiones geopolíticas de la época.
Si esta bomba se hubiera construido y detonado, las consecuencias habrían sido catastróficas. La explosión habría generado una bola de fuego de 50 kilómetros de diámetro, arrasando todo en un radio de 400 kilómetros. La liberación de rayos X y una potente onda expansiva habrían provocado terremotos y tsunamis, además de un "invierno nuclear". Este fenómeno, causado por el bloqueo de la luz solar por una nube global de escombros, habría llevado a la destrucción de ecosistemas, la pérdida masiva de cultivos y una hambruna global.
Aunque Sundial nunca vio la luz, el desarrollo de armas nucleares no se detuvo. Durante el apogeo de la Guerra Fría, las potencias nucleares llegaron a acumular un arsenal de más de 70.000 bombas nucleares. En la actualidad, se estima que existen alrededor de 12.000 cabezas nucleares distribuidas entre países como Estados Unidos, Rusia, China y Corea del Norte. A pesar de la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en 1968, naciones como India, Pakistán, Israel y Corea del Norte no forman parte del acuerdo, lo que mantiene activa la amenaza nuclear.
En las últimas décadas, la proliferación nuclear ha cambiado su enfoque: en lugar de crear bombas más potentes, las potencias apuestan por armas más precisas y manejables. Este giro estratégico, sin embargo, no reduce los riesgos. En un mundo cada vez más multipolar, la posibilidad de un conflicto nuclear regional como las tensiones entre India y Pakistán o Corea del Norte y sus vecinos aumenta la preocupación internacional.
Además, países como Estados Unidos han invertido miles de millones en la modernización de sus arsenales. Por su parte, Chinaestá expandiendo rápidamente su capacidad nuclear y podría contar con más de 1.000 ojivas operativas para 2030, según informes del Pentágono a El Confidencial.
La creciente militarización del espacio, con pruebas de armas antisatélite realizadas por potencias como Rusia y China, añade un nuevo componente a la ecuación. Un ataque a satélites clave podría desatar un conflicto en el que las armas nucleares vuelvan a ser protagonistas, aunque no con la magnitud de un Sundial, sino mediante ataques regionales que podrían escalar rápidamente.
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