Opinión
El rey abre la legislatura ante un hemiciclo en el que no estaba ninguno de los partidos socios del gobierno, salvo el PNV.
Las legislaturas empiezan el día en el que se constituyen las cortes generales, después de unas elecciones. Eso ocurrió a mediados de agosto, aunque no se ha notado mucho, porque la presidenta de la cámara apenas ha querido convocar plenos, más allá de las sesiones de investidura. Pero después hay una apertura solemne, protagonizada por el rey.
En esa sesión se pretende celebrar la monarquía parlamentaria establecida por la Constitución. Y quien más lo ha hecho ha sido el propio jefe del Estado, que ha defendido la unidad de España, la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político. En sentido estricto, se supone que todos esos conceptos son obvios en una democracia occidental. Y, sin embargo, un grupo numeroso de parlamentarios se ha ausentado de ese acto, porque cuestionan algunos de esos conceptos tan obvios.
También la presidenta de la cámara se ha dirigido a los presentes y ha sido acusada de aliarse con el Gobierno. El acto solemne ha servido para constatar la fractura política de nuestro país. Los partidos que apoyan al Gobierno no acuden al parlamento, o no aplauden al rey. Y los partidos de la oposición no aplauden a la presidenta del congreso. No parece realista confiar en que veamos pronto algún pacto de Estado.