Coronavirus
No hay día, desde hace semanas, en que no haya bronca política ya sea por la gestión del Gobierno en la pandemia del coronavirus o por el informe de la Guardia Civil sobre la manifestación del 8M cuando ya existían los primeros brotes del COVID-19 y por el que ha sido cesado el Coronel Diego Pérez de los Cobos, jefe de la Comandancia de Madrid.
La crispación va en aumento, los unos se echan la culpa a los otros y nadie parece querer ponerle remedio. Llaman a la reflexión pero ninguno se lo aplica y eso queda reflejado en la cantidad de gestos de enfado de los políticos en distintas sesiones en el Congreso y en el Senado.
El sonido ambiente
Hay un sonido ambiente al que ya nos hemos acostumbrado: el de los gritos, preguntas sin respuesta, petición de dimisión. Son escenas que se repiten cada día que hay sesión de control al Gobierno o Pleno en el Congreso de los Diputados.
Pero hay también gestos habituales de enfado como menear la cabeza o levantar el dedo índice que nunca antes hasta ahora había significado tantas cosas. Ahora, también se ha puesto moda dar golpes al micrófono para demostrar el cabreo al adversario cuando se sabe que el micro no tiene culpa de nada.
La tensión se oye y se ve
Una vez, dos veces, y hasta tres, hemos visto esta semana aporrearlo al ministro de Interior Fernando Grande-Marlaska o al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias.
La tensión se oye, ya saben, pero sobre todo se ve. Y aquí es donde ellos dominan el espacio como nadie, exhiben fotografías desde la tribuna e informes desde el escaño.
Pendientes de las cámaras
En el hemiciclo hay pantallas en los laterales, en las que los diputados ven lo que enfocan las cámaras. Es decir: saben cuando aparecen en plano. Por eso a veces desvían la mirada, por eso se colocan mejor en el sitio y no quitan ojo de la imagen, por eso cuando les enfocan, comprueban la pantalla, y aprovechan la oportunidad.
Y tensión hay de sobra, se retrata cada día, pero en este particular escenario también hay mucha interpretación, y el drama a veces es comedia involuntaria.
Como el último rifirrafe en el Senado que pilló a su presidenta, Pilar LLop, desorientada. Ella quería llamar al orden a un senador del PP del que ni siquiera recordaba su nombre, y al final termina regañando al que no era, lo que provocó la risa general en el hemiciclo.
Sonrisas, enfado. Todo es posible al mismo tiempo. La duda es la de siempre. ¿cómo se comportarían sus señorías si por un día apagáramos las cámaras?