DOS AÑOS DE TENSAS RELACIONES INTERNAS
Nada fue casual en el congreso del partido que, hace dos años, le eligió secretario general de los socialistas. El resultado lo dio a conocer Susana Díaz, su principal valedora y por la que Pedro Sánchez dejó de ser el candidato con menos apoyos en aquellas primarias.
Su llegada a lo más alto fue al mismo tiempo el inicio de su descenso. En poco más de dos años fue perdiendo el favor de los que le respaldaban uno a uno. Sánchez se fue atrincherando en Ferraz, en la sede central del partido. Pronto comenzó a ir por libre.
Se postula como candidato a La Moncloa sin preguntar y sin medir sus apoyos. Aquí empieza la guerra fría con Susana Díaz. A los pocos meses rectifica la reforma de la Constitución del anterior gobierno socialista, promovida por Zapatero ante las exigencias de Europa. Y eso provocó otro apoyo menos.
El siguiente episodio es un golpe de autoridad. Cesa al líder de los socialistas madrileños, elegido en primarias, Tomás Gómez. Cambia incluso las cerraduras de su despacho, y provoca un terremoto que parece desconocer.
Es su estilo, la toma de decisiones en solitario, lo que más critican sus adversarios. Por ejemplo, la sustitución del portavoz en el ayuntamiento de Madrid sin previo aviso.
Otros ejemplos son la inclusión en las listas electorales de la exdiputada de UPyD, Irene Lozano, por delante de una figura del partido como Eduardo Madina.
Lo último, la guerra interna en el PSOE gallego y el cambio en las listas decidido en Madrid. Pero la gota que colmó el vaso fueron los catastróficos resultados en Galicia y Euskadi, que no quiso asumir.
Y siempre, su apelación directa al apoyo de los militantes, menospreciando las estructuras del partido y la organización.