EN EL SEGUNDO VOLUMEN DE SUS MEMORIAS
El expresidente del Gobierno José María Aznar revela en sus memorias que un informe de Jorge Dezcallar, director del CNI en el momento de los atentados del 11M, mantenía las dudas sobre la autoría de los mismos dos días después de esas acciones terroristas. Aznar desvela la existencia de ese informe en el segundo volumen de sus memorias, publicado por Planeta con el título 'El compromiso del poder' y en el que narra detalles de su etapa al frente del Gobierno, entre 1996 y 2004.
El libro, en el que también justifica su apoyo a la intervención en Irak y lamenta que la izquierda abertzale haya vuelto a la legalidad "refinando su engaño" y sin dejar de ser cómplice de ETA, recoge parte de sus diarios con motivo del 11M. En las anotaciones correspondientes al 13 de marzo, dos días después de la masacre y coincidiendo con la jornada de reflexión de las elecciones generales en las que venció José Luis Rodríguez Zapatero, informa de que mantuvo una conversación con Dezcallar.
Aznar explica que le había encargado personalmente un análisis sobre los atentados y su autoría y que ese día le entregó un informe personal no clasificado. El documento señalaba: "No estamos en condiciones de respaldar o rechazar ninguna de las dos grandes alternativas en presencia". Tras esa referencia a que no se podía determinar si la autoría era de ETA o del terrorismo islamista, el informe proseguía: "Ni antes ni después del atentado se ha detectado absolutamente nada, ni dentro ni fuera de España, que pudiera indicar una preparación o satisfacción por lo que ha ocurrido".
"El silencio es total, como atestiguan todos los contactos mantenidos con los servicios de inteligencia de nuestro entorno o el mundo árabe. Nadie ha detectado nada ni antes ni después, y eso que la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) de Estados Unidos lleva veinticuatro horas dedicada a este tema con la máxima prioridad", exponía ese documento.
En esa jornada de reflexión, el ministro del Interior, Ángel Acebes, reiteró que las investigaciones avanzaban en las dos vías posibles y que ETA seguía siendo la principal sospechosa, mientras que frente a la sede nacional del PP hubo una concentración acusando al Gobierno de ocultar datos sobre los autores de los atentados.
Respecto a la invasión de Irak, Aznar asegura en su libro que la apoyó para "preservar y hacer respetar los intereses de España" frente a pretensiones como la del entonces presidente francés Jacques Chirac de intentar supeditar Europa a sus posiciones. Señala que "casi nadie" dudaba de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva y afirma que el verdadero motivo de la discrepancia en Europa eran las pretensiones de Francia y Alemania al considerar que había llegado el momento de "romper amarras" con Estados Unidos.
Para él, querían inaugurar una nueva concepción de la defensa europea "en la que España y otros países no tenían mucho que decir y en la que sus intereses quedarían supeditados a los grandes". El expresidente considera que las motivaciones francesas quedaron muy claras cuando Chirac "manda callar" a los países que no estaban de acuerdo con su posición, en especial Polonia, Hungría y la República Checa, al advertirles de que "los europeos de siempre ya habían hecho bastante con aceptarles en la UE y ahora debían acatar lo que dijeran franceses y alemanes".
Aznar acusa a Chirac de aprovechar la oportunidad de Irak para asociar al canciller alemán Gerhard Schroeder a su estrategia, y revela que éste, antes de las elecciones alemanas de 2002, aseguró a Bush, sin que éste se lo pidiera, que apoyaría una intervención. "Bush le creyó quizás por ese punto de ingenuidad que tenía en relación con Europa. Luego se sintió engañado -escribe- y nunca lo olvidó".
El expresidente del PP relata su apuesta por buscar en su segunda legislatura nuevos instrumentos para combatir a ETA "en todas sus expresiones", entre los que destaca la ley de partidos que permitió la ilegalización de Batasuna y que cree que fue la norma más compleja de todas las aprobadas desde la Constitución. Aznar narra las dificultades para negociarla con el PSOE, confiesa su "profunda indignación" ante la pastoral que contra ella firmaron los obispos vascos y recuerda el momento en el que consideró que no podía demorarse más.
"Esto se ha acabado Ángel, hay que pedir la ilegalización ya", comentó a Acebes cuando el 4 de agosto de 2002 un atentado contra una casa cuartel de la Guardia Civil en Santa Pola provocó decenas de heridos y la muerte de dos personas, una de ellas una niña de seis años hija de un miembro de la Benemérita. Para Aznar, la ilegalización posterior de Batasuna puso de manifiesto "la soledad en la que queda el matón cuando se le hace frente y la eficacia de la ley cuando acaba con la impunidad de los que acostumbran a imponerse mediante el miedo y la coacción".
Por ello, lamenta que una "desgraciada sentencia" del Tribunal Supremo volviera a legalizar a la izquierda abertzale, aunque advierte: "No debemos olvidar que los cómplices de ETA lo siguen siendo. Aquí no hay excusa para el olvido".
Aznar defiende igualmente su gestión del contencioso de Gibraltar al tiempo que califica de "incomprensible" la que protagonizó el Gobierno de Zapatero, cuyo primer discurso de investidura cree que dibujaba "el peor escenario posible" para España y le llevó a una conclusión sobre lo que defendía: "Aquí no importa lo que se piense, sino el talante. Esa es la nueva majadería de lo progre correcto".
Su "inclinación personal" hacia las manifestaciones culturales confiesa que le propiciaron alguna anécdota, como la negativa a fotografiarse con él del actor Carmelo Gómez o del pintor Eduardo Arroyo, con quien asegura que después llegó a tener una relación muy cordial. Alude también a su gusto por la poesía y al comentario que, ante las dudas de que fuera cierta esa afición, le hizo el escritor Mario Vargas Llosa al entrar en su despacho en Moncloa y ver su biblioteca íntegramente dedicada a ella y con papeles amarillos marcando muchas páginas: "¡Ah..., entonces, era verdad!".