BARCELONA | ÚNICA PARADA ESPAÑOLA DE SU GIRA MUNDIAL
Adele ha conmovido con su poderosa voz y sus emotivas canciones a un público que venía dispuesto a sentir el desamor y la melancolía de sus letras y se ha visto sorprendido por una mujer capaz de hacer llorar con su música y reír con sus palabras, todo en el mismo espectáculo.
Dieciocho mil personas han pasado de la risa al llanto en cuestión de minutos en el concierto que ha ofrecido esta diva del pop, el primero de los dos programados en el Palau Sant Jordi de Barcelona, única parada española de su gira mundial. El público barcelonés estaba deseando ver a esta gran estrella que en poco tiempo se ha instalado por méritos propios en el Olimpo de los dioses y que actuó en esta ciudad por primera vez hace cinco años y hasta ahora no había vuelto. En aquella ocasión cantó en la Sala Bikini de Barcelona ante unas 700 personas, mientras que este martes lo ha hecho ante 18.000 y mañana repetirá ante otras tantas.
Todo un salto a la fama. La nueva reina del pop no se ha hecho esperar y a la hora estipulada la interprete ha emergido del escenario auxiliar, situado en el medio del recinto, con un vestido largo negro de lentejuelas y ha cantado "hello, it's me". El público, que poco antes se había sentado ordenadamente en las sillas colocadas para la ocasión en la platea, se ha levantado gritando de emoción y, chocando entre ellos, se han acercado a la artista con el móvil en modo cámara fotográfica. Un público de todas las edades, aunque predominantemente femenino, entre el que había muchos ingleses, como se ha podido oír cuando la británica ha preguntado si había algún compatriota entre los presentes.
Caminando entre el público, Adele se ha dirigido al escenario principal y ha seguido cantando el tema más conocido de su último disco "25", con el que se lanzó a la carretera el pasado 29 de febrero y que, 36 conciertos después, le ha conducido hoy a España. En el escenario principal le esperaba una gran pantalla que mostraba imágenes de la Sagrada Familia de Barcelona y de otros edificios de Gaudí, mientras sonaba la canción "Hometown glory".
Un detalle que los barceloneses han agradecido con gritos de aprobación. No ha sido hasta el tercer tema que se ha levantado el telón y se ha podido ver el elegantísimo escenario y la impresionante banda de veinte músicos, con sección de cuerda de ocho miembros incluida. Tras "One and only", de su anterior disco "21", Adele ha empezado a hablar y ya no ha parado. Ha contado anécdotas, ha relatado la resaca de sangría que tuvo en su anterior visita a Barcelona, se ha reído a carcajadas y ha hecho gala de un agudo sentido del humor.
En sus monólogos, la británica ha dejado claro que ser sensible no está reñido con decir palabras malsonantes y que se puede tener rasgos dulces sin ser una pánfila. Todo indica que Adele ha superado aquel miedo escénico que reconoció en una ocasión, o por lo menos ha aprendido a esconderlo tras sus bromas y sus payasadas. Canciones de los tres discos que la han encumbrado a la fama se han ido sucediendo, salpicadas por comentarios entre canción y canción y conversaciones con el público.
Ha invitado a tres admiradoras a subir al escenario, ha interrumpido una de sus anécdotas cuando ha visto que una niña se acercaba con un ramo de flores y ha posado para la foto todas las veces que ha hecho falta, en un concierto que ha tenido mucho de espectáculo televisivo. Fiel al guión, el recital ha finalizado con "Rolling in the deep", un regalo para su público, que ha salido con una sonrisa en los labios y algunas preguntas: "¿has entendido bien eso que ha dicho en inglés de la sangría?", le preguntaba una chica a su novio a la salida; "¿puedo saltarme la clase de mañana?" le decía una adolescente a su madre, ya de vuelta a la vida real.