CSIC
Así lo señala Carlos Pedrós-Alió que publica su libro ‘Biodiversidad. ¿Con cuántos seres vivos compartimos la Tierra?’. La química tiene una tabla periódica que ordena todos los elementos, pero la biología está muy lejos de hacer algo parecido con los seres vivos. El principal motivo es que todavía desconocemos la mayor parte de la biodiversidad que nos rodea. Hasta el momento, solo hemos descrito 1,8 de los 8,7 millones de las especies que, sin contar los microorganismos, se estima que habitan en el planeta.
Existen tantas especies que nos resulta difícil conocerlas. En ese camino, Carlos Pedrós-Alió investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas reconstruye “la aventura humana de nombrar y clasificar a todos los seres vivos”. Comprende desde los tiempos de Linneo (1707-1778), con la creación del sistema que aun hoy usamos para denominar y ordenar las especies, y llega hasta las técnicas de análisis genético más actuales. Durante este recorrido, el libro traslada al lector a islas, reservas naturales y laboratorios de todo el mundo para mostrarle los mecanismos que han dado lugar al complejo árbol de la vida y ofrecer ejemplos prácticos de cómo se estudia la biodiversidad.
El científico advierte de que, “dado el ritmo acelerado al que las especies se están extinguiendo, la mayoría desaparecerán antes de que podamos describirlas”. Por eso, en las últimas páginas, aborda también la pregunta “impertinente” de para qué sirve la biodiversidad y analiza los “servicios”, a veces invisibles, que nos proporciona, como el oxígeno que respiramos.
Entre los múltiples casos recogidos por Pedrós-Alió se encuentra el de las margaritas de Canarias, conocidas localmente como magarzas. Este género de plantas (Argyranthemum) incluye una treintena de especies adaptadas a las distintas islas y niveles de altitud del archipiélago. Sin embargo, todas ellas proceden de un antecesor común: una margarita mediterránea que colonizó las islas y cuyos descendientes comenzaron a divergir hace unos 2 millones de años.
Otro mecanismo de formación de especies es el provocado por fenómenos naturales como el fuego. Frente a los incendios, explica el investigador del CSIC, los pinos han desarrollado estrategias que los han llevado a diferenciarse. Por ejemplo, los pinos piñoneros (Pinus pinea) se defienden de las llamas procurando que no afecten a sus copas. Desprenderse de las ramas bajas o producir una sombra que impide el crecimiento de arbustos que alimenten al fuego son algunas de sus adaptaciones defensivas. En cambio, los pinos carrascos (P. halepensis) “abrazan el fuego” y se dejan destruir por él. Estos árboles conservan sus ramas bajas y tienen una sombra poco densa; su estrategia para sobrevivir como especie son las piñas serótinas. “Las escamas de estas piñas están fuertemente pegadas unas a otras y permanecen varios años sin abrirse en la copa de los árboles”, aclara Pedrós-Alió. Cuando aparece un incendio, las piñas no se destruyen, sino que se funde la resina y se abren las escamas. De este modo, “las semillas se dispersan por un terreno recién quemado y, por tanto, lleno de nutrientes y de posibilidades”, añade.
El hecho de que queden tantas especies por describir, hace muy difícil estimar realmente cuántas son. El investigador del CSIC, especialista en microbiología, señala que la complejidad aumenta aún más cuando se tienen en cuenta a los microorganismos, “los seres más abundantes, más diversos y que han existido durante toda la historia de la vida sobre la Tierra (más de 3.500 millones de años)”.Hay muchas especies de microorganismos que no se han podido aislar en el laboratorio, por lo que no pueden describirse completamente. Sin embargo, la principal dificultad para conocer todos los microorganismos es que son muchos: es probable que el número de especies alcance el billón.
Síguenos en nuestro canal de WhatsApp y no te pierdas la última hora y toda la actualidad de antena3noticias.com