Riqueza
Las desigualdades entre ricos y pobres no solo no se reducen sino que año tras año siguen aumentando. Así lo certifica el último informe elaborado por la ONG Oxfam Intermón y que se acaba de presentar en el marco de las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El hombre más rico del planeta según las últimas estimaciones es Elon Musk, con un patrimonio superior a los 200.000 millones de dólares. De él lo sabemos casi todo, pero de otros muchos multimillonarios apenas conocemos sus enormes yates, sus coches de lujo, sus joyas o sus asombrosas mansiones. Se trata de una selectísima minoría de entre los 8.200 millones de habitantes que pueblan el Planeta Tierra. El 1% de todos ellos -los ultrarricos- poseen más riqueza incluso que la que atesora el 95% de la población mundial.
“Tan solo 3.000 hogares ultrarricos” -recuerda Íñigo Macías, portavoz de Oxfam Intermón- “concentran una riqueza que supera el 13% del PIB mundial, mientras que a finales de los años 80 apenas llegaban al 3%”.
Esas cifras dan una idea aproximada del creciente patrimonio que mueven estas grandísimas fortunas. Son personas que viven sobre todo en los países del hemisferio norte, en donde se acumula el 70% de toda la riqueza pero apenas el 20% de la población.
Trabajan en poderosas megaempresas. En una de cada tres de estas multinacionales encontramos a un milmillonario como director ejecutivo o como accionista principal. Empresas que controlan, por ejemplo, prácticamente la mitad de todo el mercado mundial de semillas. Otro ejemplo significativo: por las manos de apenas tres grandes gestoras de fondos (Black Rock, State Street y Vanguard) circulan el 20% de los activos de todo el mundo.
No son solo cada vez más ricos, sino también cada vez más poderosos. Y de esa forma consiguen que las reglas internacionales jueguen a su favor, que las leyes internacionales no les perjudiquen, logran así eliminar a sus competidores y e ingresar cada vez más dinero en sus bolsillos.
Un ejemplo de ese poder que tienen las mayores fortunas del mundo es el favorable trato fiscal que reciben. La economista Mónica Melle recuerda que las grandes multinacionales “no están tributando ni el 15% que se impuso en el G-20 como tipo mínimo al que deberían tributar todas sus rentas o beneficios”.
Y mientras esto sucede, los países más pobres se ven obligados a destinar casi la mitad de sus presupuestos anuales a pagar la deuda que mantiene con el llamado primer mundo.
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