Aventura
Bucear en cuevas submarinas es una práctica peligrosa. Y es que la desorientación es un riesgo que amenaza la vida de todo aquel que bucea en este tipo de lugares.
Eso es lo que le ocurrió hace cuatro años a Xisco Gràcia. El 15 de abril de 2017 se adentró en una cueva de Mallorca, tomando todas las medidas de seguridad, con una cuerda guía y junto a su compañero Guillem Mascaró.
El problema surgió al regresar. La cuerda guía se había desprendido y no había forma de saber el camino de vuelta. Xisco recordó un lugar, una cavidad con un lago, donde había aire. Hasta allí fueron los dos buceadores.
El problema es que al llegar ahí vieron que solo les quedaba oxígeno para que uno de los dos saliera. Xisco decidió que fuera su compañero el que emprendiera el camino a la superficie, mientras él se quedaba allí.
"Decidimos que yo me quedaría y que Guillem iría en busca de ayuda. Él era más delgado que yo y necesitaba menos aire. Yo también tenía más experiencia en respirar el aire de la cueva, que tiene niveles de dióxido de carbono más elevados", recuerda Gràcia.
"Creí que mi compañero había muerto"
"No se encontró el hilo de salida", cuenta Xisco Gràcia. "Era una cueva muy difícil, muy larga, a 900 metros de la entrada. Costaba mucho pensar y respirar y al final la cabeza empieza a irse un poco. Cuando vi que ya se alargaba, pensé que mi compañero no había podido salir y estaba muerto".
A oscuras, sin apenas oxígeno ni víveres, Xisco esperó allí durante 60 horas. Tuvo alucinaciones y temió por su vida. Pero al final, tras una eterna espera, llegaron sus rescatadores. Pese a la dura experiencia, Gràcia asegura que no ha perdido las ganas de bucear.
"Vi que era una luz potente y al principio digo ostra, a ver si me lo estoy imaginando. Pues eso, un milagro", apostilla.