Alpinismo
Murtaza Ghulam Sadpara, un sherpa pakistaní de alta montaña de 24 años, fue abandonado por sus clientes en el camino a la cumbre del Broad Peak. El mundo del alpinismo, indignado con sus dos clientes mexicanos.
La alta montaña lleva cosida en su leyenda la épica y la tragedia. Pero en esa leyenda hay también una doble cara, la de la ensoñación romántica y la del realismo más cruel. En una actividad cada vez más corroída por el negocio, y como sucede en casi todos los órdenes de la vida, los más desfavorecidos económicamente resultan especialmente vulnerables. En el circo de las expediciones comerciales, el papel más frágil suelen interpretarlo los sherpas y porteadores, los nativos de las grandes montañas, contratados en condiciones cuando menos cuestionables, para portear los bultos o las bombonas de oxígeno de quienes sueñan alcanzar ochomiles imposibles para el común de los mortales.
La historia de Murtaza Ghulam Sadpara es la de tantos paisanos suyos. El sustento de sus familias depende de unas soldadas, irrisorias para cualquier occidental, gestionadas por empresas que les facilitan un equipamiento, muchas veces inadecuado, y con unas condiciones laborales casi nunca fiscalizadas por unas autoridades más preocupadas de los ingresos de los turistas que de la seguridad de los trabajadores.
De Murtaza dependen su esposa, sus dos hijos, sus padres y sus hermanos. El pasado mes de julio fue contratado por una empresa local para ayudar a dos jóvenes mexicanos a alcanzar la cumbre del Broad Peak (8.047 metros). Él, con otro compañero, eran los encargados de portear las bombonas de oxígeno que los alpinistas llevarían a la cumbre. Los sherpas suben a pulmón porque la empresa no costea las bombonas.
Cerca de los 8.000 metros comenzó la tragedia para Murtaza. Un repentino cambio en las condiciones meteorológicas les obligó a estar parados durante una hora. En este tiempo, los guantes de escasa calidad del sherpa se calaron y sus dedos comenzaron a congelarse. La decisión de los clientes mexicanos no pudo ser más cruel e insolidaria. Sebastián Arizpe y Max Álvarez tomaron las bombonas y siguieron hacia la cumbre dejando solo a Murtaza.
"Nos dijo que no se sentía bien y que iba a bajar. Le dijimos que sí, que bajara. Estaba bien y consciente", asegura Max Álvarez, uno de los clientes de Murtaza, en una entrevista. La versión de la persona que le encontró es bien distinta.
"Nos dijo que se sentía mal y que se bajaba, pero estaba consciente"
La miseria y la generosidad humana se cruzaron, sin embargo, en ese ochomil a favor de Murtaza. Cuando el pakistaní comenzaba a agonizar, un alpinista austriaco, Lukas Wörle, que también intentaba la cima ese día, escuchó unas voces que llegaban desde la niebla: "Oí que alguien gemía en voz baja y vi a Murtaza. Sus dedos estaban gravemente afectados y ya no acertaba a decir su nombre. Estaba vomitando sangre".
Wörle renunció a su ascensión y acompañó a Murtaza hasta uno de los campos base donde fue socorrido por otros montañeros que le proporcionaron oxígeno y gestionaron su evacuación en helicóptero a Skardu. "Me encontré a un pakistaní tirado en la nieve, vomitando sangre, con mal de altura. No podía decirme ni su nombre... Aborté mi subida a la cumbre y trate de bajarle para salvarle la vida", recuerda Lukas Wörte, alpinista que salvó a Murtaza.
"Estaba vomitando sangre"
La odisea de Murtaza continuó ya en el valle. Durante varias semanas intentó ser tratado de sus graves congelaciones pero la única opción que le daban los médicos locales era la amputación de sus dedos, una sentencia de por vida para él y sus allegados. Ni las autoridades ni la empresa, que cubrió los gastos con 150 euros, se preocuparon por él. De nuevo abandonado.
Los gemidos a 8.000 metros por salvar su vida se convirtieron en un grito de auxilio a la comunidad montañera internacional. Los familiares de Murtaza se acordaron de Alex Txikon, el viejo amigo de su tío Ali, fallecido meses atrás junto a Sergi Mingote en el K2, y con el que el alpinista vasco hizo la invernal del Nanga Parbat en 2016.
Txikon inició en ese instante el operativo para traer a Murtaza al hospital vizcaíno de Cruces para ser examinado y operado por especialistas en este tipo de dolencias. Un operativo en el que, de momento, llevan gastados más de 6.000 euros, costeados entre amigos y que Txikon espera cubrir, incluso ampliar con una cobertura de un año para el Sherpa a través de un crowfunding.
Mientras Murtaza espera paciente a saber si podrá salvar sus dedos, hoy muchos de ellos necrosados, al otro lado del atlántico Sebastián Arizpe y Max Álvarez no han tenido mayor reparo de dar la versión de lo ocurrido a medios locales mexicanos.
En una entrevista de más de una hora los dos jóvenes alpinistas mexicanos cargan contra los porteadores de alta montaña asegurando que estos solo buscan alcanzar las cimas para anotarlas en sus curriculums y poder cobrar más dinero pero sin preocuparse de nada y menos aún de su propia seguridad: "No van preparados ni aclimatados debidamente. Esa gente quizá no debería de estar ahí, aseguran Arizpe y Álvarez en una entrevista que ha indignado a los montañeros de medio mundo.
La polvareda levantada ha debido de llegar a oídos de los mexicanos que, si bien en el campo base ni preguntaron por Murtaza, ahora han contactado por teléfono con Alex Txikon para ofrecerle una cantidad de dinero que sirva para sufragar los gastos de la operación de unos dedos que un humilde pakistaní se dejó en el Karakórum para que ellos puedan contar al mundo lo sufrido que es llegar a un ochomil.
De momento, Alex Txikon ha corrido con casi todos los gastos del viaje y la estancia. Se ha abierto una cuenta corriente a nombre de Murtaza para la gente que quiera colaborar en los gastos de su operación, que es completamente privada.