Real Madrid 3-0 Villarreal
Permítanme el reduccionismo: existen sólo dos formas de responder ante una situación crítica y marcadamente tensa. Los hay que pierden los papeles, seguramente presos de sus vicios e inseguridades, que hacen ruido para disimular -o intentarlo en vano, al menos- su ausencia de compromiso y rendimiento, que se dejan llevar por el nerviosismo, que no conocerían la madurez por más que se la presentasen a menos de un palmo de su jeta. Y los hay que se paran, piensan, recapacitan, no se dejan superar por el momento y sacan el orgullo, siempre de la mano de unos valores. De entre ellas, el Madrid hace tiempo que escogió la segunda, motivo por el que ha sabido aprovechar los tropiezos del Barça y, contra pronóstico, ser firme candidato a LaLiga. Y es que hay reacciones, como goles, que dan victorias, que no se pueden parar.
Venció el Madrid y lo hizo con una sobriedad asombrosa, sin alardes y sin alarmas, sin lucir y sin ser deslumbrado. Tal es así que pareció un partido más, marcado por la suficiencia que se permite uno cuando es muy superior a otro. No hubo urgencias ni dudas, como si no importaran las victorias de Barça y Atleti, imponentes por marcador y escenario, respectivamente.
De inicio, manejaron el balón los blancos con tintes funcionariales, dominando por inercia, por acto reflejo, parte de una obligación tan interiorizada que apenas se disfruta. De hecho, lo más extraordinario hasta poco antes del descanso fue el homenaje al campeonísimo Javi Fernández, mientras que lo más llamativo fue la constatación de que Danilo progresa adecuadamente en su camino hacia algo así como ser el nuevo Drenthe. Y de pronto, apareció Cristiano...
El portugués, por banda izquierda, se gustó en una jugada de las de sus mejores tiempos, todo técnica y potencia, pero su envío acabó en la nada. Volvió a cargar minutos después, en el 41', con maneras parecidas, y su centro desembocó en un despeje de Asenjo que Benzema cabeceó a gol: 1-0. El gato, no cabe duda, ahora también es tiburón en el área: huele la sangre y no perdona. Dos minutos después, Denis pudo servirle el empate a Bakambu, pero prefirió intentarlo él y su tiro, con exceso de fuerza y defecto de colocación, acabó en parada de Keylor.
No varió mucho el asunto en la segunda mitad. Quizá hubo algo más de incertidumbre por aquello de que un 1-0 te lo pueden empatar en un visto y no visto, con cualquier carambola o cualquier despiste. Pero al Villarreal le pesaban tanto las bajas como la grandeza de su rival, empeñado en amarrarse a LaLiga como el bebé se agarra a la teta de mamá. Tras alguna tentativa blanca aún superficial, Lucas penetró hasta el gol en el 69': 2-0. No extraña que el chaval fuese titular de mérito y James e Isco suplentes de lujo. El escenario en el Bernabéu era ya el de tantas otras noches, el de un partido del que quedaba por saber en cuántos goles dejaría el Madrid el resultado. En el 76', un espléndido centro de Danilo que pedía a gritos un rematador para un golazo encontró a Modric: 3-0. Cuando todo era felicidad y confianza en el madridismo, llegó el susto. Y no, no lo dio el Villarreal, sino Cristiano, que se retiró antes del final, aparentemente lesionado. El tiempo -y los doctores- dirán.
Se esperaba noche de sorpresas, pero pesó más la lógica y ganaron los mejores. Primero, el Barça. Después, el Atleti. Por último, el Madrid. Como diría el ilustre Julio Iglesias, madridista de profesión en su día y de corazón hoy, la vida sigue igual...