Final Mundial Qatar 2022
Leo Messi completa el viaje del héroe en la final de las finales: el 'pecho frío' que renunció a la Albiceleste y retornó para, maradonizado a sus 35 años, dar carpetazo a un debate histórico.
Fue la final de todos los tiempos. Todos esos jugadores quedarán inmortalizados en nuestras retinas como Han Solo en carbonita. Los menores de 40 años hemos crecido bajo la sombra de la 'Mano de Dios' y el barrilete cósmico que dejó en el camino a todos los ingleses, historias que se fundían entre la bruma de la leyenda y los vídeos de YouTube. En el futuro, nosotros contaremos a nuestros nietos aquel mitológico partido entre Argentina y Francia: la final de toda una generación que colocó a Leo Messi, en el ocaso de su fútbol, en una nueva dimensión; mirando de tú a tú, a los ojitos, a Diego Armando Maradona. Desde el 18 de diciembre de 2022 el suyo es un país con dos dioses, uno en el cielo y el otro en la tierra.
Durante 80 minutos, la Albiceleste fue el mejor equipo del mundo. No hubo partido. Scaloni, lúcido durante todo el torneo, se inventó a Di María por la izquierda para desguazar a Francia y dejar encarrilado el marcador. El 'Fideo', un asesino en serie de la banda, provocó el primer penalti de la noche ante un inocente Dembélé y, después, culminó como un trueno una contra que inició Leo con un beso, un pase del FIFA, una caricia imposible al balón. Angelito parecía destinado al olimpo, pero quién iba a imaginar que para cuando terminara el partido nadie se acordaría de su titularidad. Quedaban diez minutos para el final y el avión con destino Buenos Aires estaba ya arrancando motores cuando un penalti reactivó un encuentro sin historia.
Francia no había chutado a puerta. Mbappé ni siquiera se había personado y parecía un jugador de saldo, no el coloso que es. Griezmann, el futbolista total, estaba a resguardo en el banquillo, como Dembélé y Giroud. Sin embargo, Otamendi decidió que aquella final se ganaba a la argentina o no se ganaba. Kylian no falló y un minuto después empató el partido con un nuevo zarpazo, un voleón de antología. El Kraken galo había sido liberado. Dos minutos, dos goles. Deschamps siguió metiendo físico y a punto estuvo de llevarse la victoria en un arreón con reminiscencias merengues. Como el día de Países Bajos, Argentina se había dejado remontar y, como el día de Países Bajos, resistiría hasta las últimas consecuencias.
Llega la prórroga y otro gol de Messi que casi saca Koundé bajo palos. Ahora sí que sí, muchachos, la tercera no se escapa. Sin embargo, una mano de Montiel vuelve a meter a los gabachos en el encuentro. Lágrimas de Di María en el banquillo y tú, que pensabas que aquel partido ni te iba ni te venía, de repente te ves a mil revoluciones porque, a ver, al final sí que bancabas a alguien, solo que aún no lo sabías. Así que esto era el fútbol, damas y caballeros. Mbappé, gélido como un forense, marca el penalti. Un choque de locos que ambos equipos pueden vencer en la última jugada: el 'Dibu' para lo imparable, Lautaro falla lo inimaginable. Los desfibriladores vuelan en los aledaños del Obelisco, el mundo contiene el aliento.
En fin, Argentina ya tiene su tercera estrella, y para bordársela en el pecho tuvo que ganar la finalaza de Lusail no una, sino tres veces. El fútbol, implacable e injusto como la vida misma, sí puede ser lírico y bestial como una tanda de penaltis. Fue la mejor final para el peor Mundial, uno construido sobre miles de muertos. El país sudamericano, instalado en una crisis sistémica y en un estado de sempiterna agitación, olvidará durante unos días la pobreza, la inflación, la desvergüenza institucional. Solo son once tipos dando patadas a una pelota, critican algunos. Otros estamos convencidos de que este deporte arraiga en el acervo cultural de las naciones como una canción pegadiza o una película de Sorrentino.
Qatar nunca se mereció el Mundial, pero Messi sí. Era su quinta participación, el último tango, y jugó cada partido en la creencia de que no sería el último: marcó en fase de grupos, octavos, cuartos, semifinales y final. Leo ya no era tan rápido como antes, pero a sus 35 años sí que es mucho más sabio. El '10' se ha pasado el fútbol, tiene todos los cromos del álbum, ha cerrado el círculo virtuoso. También ha completado el viaje del héroe: acusado de 'pecho frío' en su país, dejó la Albiceleste para regresar maradonizado y, con su carrera en declive, dar carpetazo a un debate histórico y gritar a los cuatro vientos qué miráis, bobos, el dios del fútbol soy yo. Al levantar la Copa del Mundo el rosarino pareció levitar por un instante, pero no; aunque no lo crean, es de carne y hueso.