No me gusta enjuiciar con dureza a los novilleros, porque se entiende que son aprendices, pero habrá que preguntarse quién ha engañado a Paco Chaves o a Miguel Hidalgo para creer que pueden ser toreros.
El que se lo haya hecho creer, como vendedor de humo, no tiene precio. Lejos de las hechuras de cada cual, de donde no hay no se puede sacar, y los dos, incapaces no ya de matar a sus novillos, sino de ponerse delante con un mínimo de profesionalidad, demostraron que no hay madera de nada.
Por decencia, por sentido ético de la profesión, por responsabilidad, y porque los que les llenan la cabeza de sueños imposibles no sigan perdiendo el tiempo e, imagino, que en más de un caso las amistades, pidiendo favores, deberían haberles aconsejado cortarse la coleta al final de sus actuaciones.
La novillada de Moreno Silva no fue fácil. Fue exigente, que no imposible. Dispuesta para tres que quisieran estarlo. Pero es que así no se puede estar. Es que no hay manera de salvarlos ni justificarlos por ningún sitio.
Uno, Chaves, porque tuvo un primero importantísimo, con gran transmisión y profundidad, aunque saliese distraído. El otro, Hidalgo, porque tuvo un novillo de lío gordo, noble, suavón, con clase y temple.
Lo peor no es que no sepan, que de todo se aprende. Es que no pudieron ni se pusieron, que es indecente. Las formas de tirar los capotes por allí, de salir despavoridos o tirarse contra el callejón, de huir descaradamente de las suertes, de hacer de sí pero no...
¿Éstos son los tíos que quieren ser figuras o mandar en el toreo? ¿Alguno de ellos habrá visto, por un casual, los esfuerzos de Morante, Manzanares y Castella en Sevilla y Madrid? ¿Pueden creer o hacerles creer alguno de los que van a su alrededor que así se puede dar el paso adelante?
La novillada de Moreno Silva, recién cumplida en tres años, tuvo cuajo y presencia. Y correa de transmisión. Si no fueron capaces de ponerse ni exponer un alamar con los primeros, no iban a hacerlo con los complicados cuarto y quinto, dos animales mansos de solemnidad en el peto, a los que pegaron fortísimo y que aun así tuvieron correa para dar y tomar en la muleta.
Pero cuando uno renuncia de salida, en Madrid, en San Isidro, con la televisión y toda la atención delante, es que ambición tiene poquita. O mucho miedo. De las cualidades, mejor no hablar.
Lo cierto es que entre ellos y las cuadrillas convirtieron la plaza en una capea. Gracias a todos los santos estaba Domingo Navarro, que hizo horas extras cortando novillos, salvando de volteretas a los chavales en sus desesperadas huídas y pendiente de todo.
En su lote y en los que no lo fueron. Ese fue el verdadero profesional de la tarde. Los demás de planta, que se lo piensen también, que Madrid es Madrid, y no Villatempujo de Abajo, con respeto.
El lote de Antonio Rosales se dejó. Un tercero muy suavón y un sexto que se lo pensó pero también la tomó por el derecho. Colocado a la pala por sistema, no entendió a ninguno de ellos, aguantó al menos con el primero aunque nunca dejó puesta la muleta para el segundo, pero tiró el capote de salida con el sexto.
Contagiado de la tarde, al menos fue capaz de matar a sus dos novillos. Los saludos finales, por su cuenta y sin que nadie se lo pidiese, después de una tarde así, hablan de su profesionalidad torera.
A todo esto, algo tendrá que decir la empresa que los anunció, sabiendo lo que había. ¿O es que no los había visto? Y la Comunidad que aprobó los carteles por unanimidad, ¿tampoco va a abrir el pico?
Las Ventas (Madrid). 12ª de San Isidro. Dos tercios de plaza.
Novillos de Joaquín Moreno Silva, bien presentados y de juego desigual. Destacó el 1º por encastado, 2º y 3º por nobles y de buen juego. Se dejó el 6º. Manso y complicado el 4º. Encastado aunque exigente el 5º.
Paco Chaves, pitos tras tres avisos y pitos.
Miguel Hidalgo, silencio y tres avisos.
Antonio Rosales, silencio y saludos.