PRIMERA PUERTA GRANDE DE SAN ISIDRO
Tres orejas paseó Hernández, pero por encima de ello queda la sensación de torero maduro, seguro, solvente, con el toreo a caballo metido en la cabeza y fácil, muy fácil y seguro.
No era sencillo levantar una tarde que comenzó torcida. El frío, la lluvia a ratos y, por encima de todo, una mansada infumable de Luis Terrón hicieron que la plaza nunca entrase, de verdad, en la tarde. Los días de caballos en Madrid suelen ser festivops, alegres y con multitud de niños en los tendidos, pero el experimento de programarlo entre semana se salió del guión habitual. Y no hubo lleno.
Artísticamente, la tarde de Leonardo Hernández fue de una madurez sorprendente. Con dos toros de distinta condición, los más potables de la tarde, un tercero con cierta nobleza y que tuvo motorcito y el sexto, más parado pero con fijeza y nobleza al que le buscó las vueltas, Leonardo entró por méritos propios en esa terna de oro de la temporada a caballo, con Pablo y Diego.
Con los dos Leonardo dio una lección de lidia a caballo. Dominando los terrenos, las distancias y los cites. Al primero de su lote, que salió parado de inicio, lo metió pronto en el canasto después de aguantarlo de salida y encelarlo en los medios. Y con el toro buscando tablas, fue por ahí donde levantó la faena a lomos de Amatista, llevándolo a dos pistas en una vuelta al ruedo que concluyó con un ajustadísimo cambio por los adentros a cámara lenta.
A partir de ahí, su labor no hizo más que crecer. Ajustando mucho, llegando al toro en los quiebros y dominando los terrenos con Verdi, su labor terminó en lo alto, aunque no cayese ahí el rejón de muerte. Pero la oreja que paseó tuvo mucho peso.
Las dos llegaron del sexto, un toro que esperó más pero que tuvo nobleza y fijeza y, al menos, acometió a las llamadas. Leonardo lo lidió con gran inteligencia, temple y mucha seguridad, apostando en banderillas en excelentes batidas al quiebro, siempre al pitón contrario, siempre dando los pechos y siempre con la ventaja para el toro.
La faena, muy pura y con mucho temple, fue ganando enteros y el rejonazo final, mortal de necesidad y bien colocado, puso en sus manos el doble trofeo, la salida por la puerta grande y ese puesto en el trío de honor de la temporada a caballo.
La tarde no tuvo mucho más, fundamentalmente porque el encierro de Terrón, manso y rajado hasta decir basta, fue desesperante. Andy se inventó dos faenas con dos toros imposibles. Con el segundo lo intentó todo a lomos de Magno para llegar arriba en banderillas y el quinto, que tuvo algo más de celo, le dejó lucirse con Maravilla y Pericalvo, sobre los que tuvo que hacer todo el benidormí para caldear la tarde. Consiguió llegar arriba apostando, y la apuesta tuvo premio en una oreja justa. Le pidieron la segunda, pero la mala colocación del rejón no era para ello.
Rui Fernandes comenzó con mal pie. En el paseíllo el caballo se desbocó y se fue al suelo. Con el primero no estuvo acertado. El toro se emplazó de primeras y costó un mundo sacarle algo. Se empeñó el portugués, que pasó en falso unas pocas de veces en una faena de casi media hora. El cuarto tampoco tuvo celo salvo para voltear al auxiliador Joao Manuel Da Silva, ni motor, pero Fernandes apostó más en algunos quiebros muy encima del toro. Un rejonazo efectivo desató la petición.