Fotografía
Cada vez quedan menos estudios de fotografía, pero Joaquín, último fotógrafo de la Gran Vía, sobrevive a los cambios. Por su cámara han pasado celebridades como Ava Gardner o Nino Bravo. A sus 85 años, continúa haciendo fotos.
A lo largo de su vida, sus ojos, y lo que es lo mismo, su cámara, han visto pasar por delante cientos y cientos de rostros. Muchos de ellos ampliamente conocidos, como el de Ava Gardner o el de Nino Bravo. También Carmen Sevilla, Lina Morgan, Concha Velasco, Arturo Fernández o José Sacristán, por citar unos cuantos, se han puesto ante la mirada de Joaquín Franco, un retratista que lleva toda su vida dedicado a la fotografía.
"Nino Bravo era mi mejor cliente. Cada vez que venía al estudio, me decía: "estoy en tus manos", porque viajaba mucho y necesitaba fotos para los visados. Y Arturo Fernández me decía: "tú no haces fotos, haces milagros... chatín"", relata Joaquín entre risas, aunque no sin cierta nostalgia.
Es la tercera generación de una familia dedicada al mundo de la fotografía. Él siempre bromea con que nació en la cubeta de revelado que utilizaba su abuelo, que era fotógrafo en la entrada del parque de El Retiro desde 1916. "Yo con siete, ocho años, iba con él, le metía las fotos en la cubeta, le ayudaba a revelar y a cargar con las cosas. Ahí ya empezó mi afición a la fotografía", recuerda mostrando una foto en blanco y negro de su abuelo en plena faena.
"Mi padre lo siguió en 1947, en un estudio en Gran Vía, en la galería Los Sótanos. Y al morir, lo seguí yo en los años 80, aquí", cuenta, en su estudio del número 13 de la madrileña Plaza de los Mostenses. "Estos eran mis compañeros, que están todos fallecidos", explica mostrando un cartel con los nombres de los fotógrafos que había hace treinta años.
"Soy el único superviviente, el único fotógrafo de Gran Vía"
"Entre Montera y Plaza España había doce estudios de quitarte el sombrero. Soy el único superviviente, el único fotógrafo que queda en Gran Vía". También es el único de Madrid que tiene un carnet de fotógrafo profesional. "En el franquismo se necesitaba para ejercer como fotógrafo. Quien no lo tenía, iba detenido a comisaría, porque lo llevaban muy a rajatabla".
A lo largo de todo este tiempo, no solo han cambiado los estudios, también la propia concepción de la fotografía. Joaquín lo tiene claro: "lo que ha matado a la fotografía ha sido el móvil. Porque ahora la gente llega, se hace el selfie, dicen "qué bien hemos quedado", y ahí se queda la foto", relata con tristeza. Además de fotografía digital, él sigue revelando carretes analógicos en su laboratorio.
"Es la mejor foto que te han hecho en tu vida"
"Siéntate en esa madera, mirando a la pantalla", "levántame un poco la cara", "quiero que sonrías un poquito". Su ritual es disparar solo una vez y acabar siempre diciendo a sus clientes: "la mejor foto que te han hecho en tu vida". "Cuando están rígidos les mando al bar, les digo: "tómense una tila y luego se viene a que le haga la foto", porque si no, no les puedo retratar", cuenta, divertido, añadiendo que lo más importante para ser retratista es estudiar bien el ángulo y la expresión de la cara.
Trabajo no le falta. "Me han hablado muy bien de aquí, de la casa fotográfica de Don Joaquín". "Mejor un sitio de toda la vida, que lleva haciendo fotos de toda la vida, que un fotomatón que no sabes cómo vas a salir". Son las opiniones de quienes pasan por su cámara; algunos por primera vez, otros de forma más habitual.
A sus 85 años, su pasión sigue siendo hacer fotos. Y no tiene ninguna intención de jubilarse. "Pienso llegar a los 100 años. Y soy de los que moriré con la cámara así, colgada al cuello. Y cuando llegue al cielo, me presentaré ante San Pedro con ella", bromea.
Como su abuelo, como su padre, y como él mismo... confía en que uno de sus nietos tome el testigo del estudio fotográfico. "El más pequeño es muy aficionado a la foto. Es muy posible que tome el relevo". Nosotros también hemos querido pasar por su mirada. Y que él, de forma excepcional, pasara además por la nuestra.