ÚLTIMA CORRIDA

El hundimiento consumado en Las Ventas

Al final, como se esperaba, Madrid estalló y se levantó en armas. Un mes aguantando la china en el zapato es demasiado. Y el hundimiento de una feria, un modelo, unos políticos permisivos y del toreo en general, se consumó en apenas dos horas.

La corrida venía calentada desde por la mañana. Adolfo Martín había presentado una gatada en los corrales. Lo de todos los años vamos, salvo que éste la autoridad le puso en su sitio y no lo permitió. Por la báscula pasaron toros de 465, 466, 477, 479, 486, 504 y 504 kilos. Sin cara ni remate.

Para que ninguno haga cábalas y tire de la demagogia del peso, tiremos de hemeroteca. 493, 498, 505, 507, 518 y 537 kilos tuvieron los de Moreno Silva. Novillos ellos. Recién cumplidos los tres años. Con cuajo y seriedad. Lo que no tenían los becerrotes de Adolfo.

No encontraron otra fórmula mejor para recomponer la cosa que una corrida del Marqués de Domecq. El dedo en el ojo y retorciéndolo encima. ¿No había ninguna otra en el campo? Si no quieres Domecq, toma seis tazas. Y claro, se levantó en armas el sanedrín, que estos días divide en dos la plaza como las dos Españas, la que defiende Domecq y ataca el resto y la que defiende el resto y explota contra lo que huela a Domecq.

Todos son responsables y al final pagaron el desaguisado los que menos culpa tuvieron, los toreros. Pero no estaría mal que finiquitado este desastre de feria, se sienten unos pocos por el banquillo de los acusados o empiecen a poner dimisiones sobre la mesa. Este modelo, este espectáculo no puede seguir así.

Por delante el máximo responsable del tinglado, Ignacio González. Al vicepresidente no se le ocurrió otra cosa que decir antes de empezar la feria que la empresa lo estaba haciendo fantásticamente bien. Se ha visto con el peor San Isidro de la historia. Tan malo ha sido que hasta él, que hoy acudió al callejón, salió corriendo antes de soltarse el último.

No habría estado de más que el político se quedase a dar explicaciones de lo bien que ha salido. Ahí en el patio de cuadrillas, donde al final una charanga animó el cotarro y describió perfectamente el estado en que se encuentra Madrid.

O tampoco los responsables del Centro de Asuntos Taurinos, o de Arrimados taurinos, que ya tenían que haber presentado "por unanimidad" su dimisión ante el espectáculo de tamaña calidad que aprobaron sin rechistar. Vergonzoso.

Que pasen por el fielato los veedores, ¿que alguna responsabilidad tendrán no? si no valen los toros impropios que tenían reseñados los ganaderos, no se embarcan y punto. En Madrid, reflejo de la España taurina, no todo vale. Ni puede valer. Y los ganaderos ¿qué porquerías tienen para Madrid? Mucho caradura hay suelto en el campo.

Y que pasen a cuchillo a la empresa, máxima responsable de todo ello. Por programar un San Isidro paupérrimo que salió como lo que era. Sin argumentos en su defensa y con todos en contra. Y el bolsillo lleno, claro. Todos, absolutamente todos, deberían pensárselo dos veces antes de seguir con un espectáculo lamentable que no hará otra cosa sino echar a la gente de las plazas. Y con razón. Este modelo ya no vale. O se cambia o se cierra, pero la imagen de Madrid tan penosa sólo vale para dar armas a los enemigos.

A todo esto, el pato lo pagaron los que menos culpa tienen, los toreros. La plaza se levantó en armas contra ellos, que apenas pudieron cumplir la papeleta con dignidad. El Fundi pasó un mal rato porque no está. Rafaelillo lo intentó con dos borricos y Valverde pudo pegarle dos series al toro de su despedida en Madrid, que la gente agradeció como agua de mayo.

 

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