El Padrino III
Este viernes se ha estrenado una nueva versión de El Padrino III de Francis Ford Coppola. El estadounidense, consciente de que la última parte ha sido la oveja negra de la trilogía, se redime y revisita el desenlace de la película demostrando que es humano: quién no se ha preguntado alguna vez, ¿y si pudiera cambiar el final de aquella historia?
En el mundo hay dos tipos de personas: los que quieren que la película acabe con un cierre concluyente y los que merecen morir. La frase se la escuché a un espectador que salía molesto del cine después de ver el último filme de Jonás Trueba, La virgen de agosto. El final se presta a unas cuantas interpretaciones y a aquel hombre no pareció gustarle lo que otros consideramos un placer: fantasear sobre la trama o sobre qué sucede a continuación de la palabra Fin.
Intuyo que el espectador de Trueba disfrutó con el final del Padrino III -no se me antoja un cierre más conclusivo que la muerte- pero por si acaso, 30 años después, Coppola le ofrece una segunda oportunidad. En 1990 el director estrenó la tercera parte de El padrino que, a diferencia de las dos primeras, no está considerada una obra de arte. El público y la crítica no perdonaron al director la decisión de incluir en el reparto a su hija Sofía Coppola -sin experiencia actoral- y la ausencia de Robert Duvall. La maldita e injusta manía de las comparaciones hizo el resto: muy pocos filmes pueden estar a la altura de los dos primeros padrinos.
Madurar es aprender a afrontar finales y en la vida no solemos tener la oportunidad de cambiarlos. Para eso se inventó el arte. Pregunto a mi amigo F. por alguna película de la que modificaría el cierre: "Yo hubiera subido en aquel avión con Ingrid Bergman", responde. Lo bueno de revisitar historias es que es de las pocas cosas que todavía salen gratis. Aquí y en Casablanca.
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