[[RELATED Horrible cornada a Sergio Aguilar Espectacular cogida a Aparicio [[/RELATED La corrida de El Puerto fue durísima. De las más ásperas del año. Con mucho poder, fuerza y malas ideas. De Bilbao, además. Con todo lo que eso conlleva. Seis caras despampanantes, pechos como leones, alzada, culata, morrillo... Una tía. Si la comparan con alguno de Zalduendo de ayer alguno pensará que en Bilbao hubo novillada esta semana. Caía la tarde y la corrida se marchaba con el regusto de una faena de Ponce que enloqueció Vista Alegre con el único toro potable de la tarde. Sin embargo, Fandiño decidió irse a recibir a toriles al sexto. El de El Puerto asomó despacito, al paso, como un tren con dos velas de infarto, muy abierto pero muy descarado. Aguantó el de Orduña, el toro hizo hilo y a para cortar el viaje, el banderillero Mario Romero quiso cortarlo con el capote. Se arrancó el toro como una flecha y no le dio tiempo a entrar. De las tablas lo arrancó, literalmente, y le dio una tremenda paliza. Las imágenes de impotencia desde arriba fueron dantescas. El hombre aprisionado, el toro haciendo carnaza y sin nadie que pudiera echar un capote y los hombres tratando de meter al torero a las tablas. Es de esas cornadas que te cortan la sangre, la tarde y todo lo que venga. Lo que vino después fue otro toro muy malo. Y otra cornada. El animal no tuvo un pase, orientado desde el inicio, no quiso pasar una vez. Frenado, duro de manos, vino siempre por arriba, no pasó un viaje y, en un remate, cazó a Fandiño. Al torero de Orduña lo tenía marcado desde el minuto uno y no paró hasta reventarlo. Cuando quería rematar, el toro se metió por dentro, no le dio tiempo a escaparse y en esa rueda de peonza salió mal parado Fandiño, que voló por los aires, donde el toro lanzó varias derrotes a la vez. En dos de ellos cazó la ingle del vizcaíno, que rápidamente tuvo que ser trasladado a la enfermería. Del toro se hizo cargo Enrique Ponce, que se dobló con él con gran profesionalidad y dejó la espada. Se acabó la pesadilla. Precisamente, Ponce había conseguido poner boca abajo Vista Alegre, después de una faena muy personal al único toro con opciones de la corrida, un cuarto bien hecho y que cantó su buen son desde el capote. Ponce dejó algunos lances buenos, ordenó que no lo pegasen en el caballo y después llevó el delirio a los tendidos con una faena de gran estética a un toro que embistió largo, no paró de hacerlo hasta el final y que tuvo gran temple. También lo tuvo la faena de Ponce, muy vertical, con el comienzo en línea por ambas manos, sin terminar de ponerse y en la media altura, y que estalló de verdad en una serie de tres circulares en redondo ligados, casi ensamblados, que pusieron la plaza en pie. A partir de ahí, Ponce se gustó y disfrutó con un catálogo de remates y entradas. Molinetes, de pecho, por abajo y la poncina. Todo entre el delirio. Pero la espada se fue a los blandos y Matías González, con criterio, aguantó la petición de la segunda oreja, y el prestigio de una plaza como Bilbao. Los otros cuatro toros no valieron. El primero de Ponce embistió por abajo bien los primeros muletazos pero después comenzó a recortar, a meterse por dentro y a sacar la cabeza por arriba. Era toro de apuesta fuerte, de pasar el fielato una y otra vez sin saber si había premio, pero Ponce se quedó al hilo tratando de robar muletazos. Diego Urdiales dio la cara con su lote. El primero no tenía fuerza y el riojano, avisado un par de horas antes de que toreaba en Bilbao, dio la cara en una faena sorda, en la que trató de llevar al toro muy templado y consiguió muletazos buenos, pero la endeblez del de El Puerto impidió que llegase arriba. El quinto fue otro pavo. Inmenso. Y con muy malas ideas. El toro no pasó una vez y, aun así, Urdiales se la echó como si fuese bueno, trató de robar los muletazos de uno en uno, muy por encima del animal. También cobró el riojano, ya que el toro se le metió por dentro y lo lanzó por los aires. Feamente. Por fortuna, sin calar. El primero de Fandiño sacó mal estilo. Era imposible ponerse delante. El de Orduña lo intentó por ambas manos, pero no había donde meterlas. Sin doblarse con el toro atacó con la espada. El de El Puerto no dejó pasar una vez y se convirtió en un calvario.