MUERE CHAVELA VARGAS
La dama de poncho rojo, pelo de plata y carne morena, como la describe su "retecuatachón" (superamigote) Joaquín Sabina en la canción "Boulevard de los sueños rotos", no viajaba a España desde hace siete años y se obstinó en regresar porque aquí, según decía en el que fue su último concierto, el 10 de julio en Madrid, había dejado "empeñada" su alma y debía volver a recuperarla.
La cantante, de hablar trabajoso y en silla de ruedas desde que una mañana no le respondieron las piernas, tomó la decisión de meterse "entre pecho y espalda" 13 horas de avión para viajar desde su casa mexicana a "su" casa española, la Residencia de Estudiantes, y homenajear en ella a Federico García Lorca con un concierto y la grabación de un documental.
El jardín de la Residencia se llenó aquella noche de "afortunados", como el propio Almodóvar, que pudieron escuchar a Vargas sola y acompañada por sus "escuderos", Miguel Poveda y Martirio, y disfrutar con un concierto "raro y único" lleno de amor a España y devoción por el poeta granadino.
Con el poeta, decía en su última comparecencia ante los medios, tuvo "un acercamiento" cuando se alojó por primera vez en la Residencia, en 1992.
"Una noche de nostalgia pude recordar lo que no había perdido. No encontré a Federico, fue él el que, como un clavel que revienta, me encontró. A sus órdenes, le dije", relataba en presencia de Laura García Lorca, una de sus mejores amigas.
Después de siete años ausente sostenía que España estaba "bellísima": "No hay crisis, es mentira. Es la hembra de Europa y México el varón de América. Te saludo España, te saludo Isabel la Católica -el Gobierno le concedió su Lazo-, con toda mi alma".
Pero la historia de amor de España con esta "yegua potrera", a la que la vida se le fue "de resbalón en resbalón, de tequilón en tequilón", comenzó de la misma forma "rara" en la que transcurrió su vida.
Se "la pasó" de parranda con sus "cuates" entre los 30 y los 50 años y cuando su "hermano" el compositor José Alfredo murió (1973) decidió hundirse en un infierno de soledad y alcohol del que no salió hasta que no le quedó "nada ni nadie".
Volvió a "su ser", es decir, a cantar, en 1991, en el bar del barrio defeño de Coyoacán "El Hábito", y allí la "descubrió" un "güerito", que no hacía más que pedirle "Las ciudades", de José Alfredo.
Era Manuel Arroyo, el fundador de la editorial Turner, que la convenció de que más allá de aquel bar y de México había vida.
"Si los milagros existen, éste es uno de ellos. Hay cantantes que se retiran uno o dos años y cuando vuelven ya no pueden hacer nada. Yo me retiré durante más de quince, volví y se me abrieron las puertas. Con 72 años!", relata en sus "memorias" ("Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela").
Un público entregado en España
La última vez que había estado antes de eso en España, fue en 1972 cuando actuó en "Estudio Abierto", de José María Íñigo, y cantó dos veces seguidas "La llorona".
"Estaba completamente borracha. Fue un milagro que no me sacaran a patadas del estudio", pero "el verdadero milagro", subraya, sucedió veinte años después, en la Sala Caracol de Madrid, abarrotada de público deseando verla, sin reclamos ni exigencias.
Dos semanas después, el Teatro Lope de Vega de Sevilla anunció un concierto de la cantante y las localidades se agotaron el mismo día de salir a la venta. En su escenario, recordaba, sintió que la vida le daba "un beso en la frente".
Fue su primera presentación en un teatro de conciertos, la primera vez que iba a tener un público que no iba a "tomar", ni a fumar ni a nada que no fuera a escucharla a ella.
De ahí en adelante en España llenó siempre, de la Plaza del Rey en Barcelona al Teatro Albéniz en Madrid, que la incluyó durante varios años en su programa "Madrid encanto".
Recorrió todo el país y fascinó a anónimos y famosos, mayores y jóvenes, que la habían conocido a través de los LP que sus padres escuchaban durante el franquismo, cuando Chavela estaba prohibida.
Pedro Almodóvar, su 'único amor en la tierra'
"Nos enamoramos. España y yo nos enamoramos. No lo pudimos evitar, fue extraño, como un maridaje. España me dio un público muy especial y generoso y muchos amigos, sobre todo Pedro", relata.
Ese Pedro es Almodóvar, su "único amor en la tierra", "la sola persona" que la sabía amar, al que conoció en su concierto de la sala Caracol sin que ella tuviera idea de quién era él. "Somos como una continuación del otro en pensamiento, en amor a las personas y a las cosas", decía ella.
Almodóvar, uno de los pocos que pudo visitarla en su convalecencia en Madrid, ya ha dicho que quiere que en los registros de las filmotecas se mencione primero su "cargo" de presentador oficial de Chavela Vargas y que después digan que es director de cine.
En España conoció a muchos amigos que lo serían para siempre, como Sabina, Ana Belén y Víctor Manuel, Miguel Bosé, Martirio, Isabel Preysler -que la invitaba a cenar en los restaurantes "más elegantes" de Madrid-, Sara Baras, con la que hablaba mucho de la vida y del arte, y Ana Botella, que la visitaba, "a escondidas de todos", en la Residencia.
Cuando el día 10 de julio, después del concierto que dos días acabó con ella en el hospital por un "cansancio brutal", se despidió de su público español le pidió que no la dejara "nunca". "Hasta luego; nos veremos próximamente", prometió.