Cultura y coronavirus
El camerino del director Pablo Heras Casado está prácticamente desnudo: un piano, una silla de terciopelo rojo, un espejo rodeado de bombillas… Encima de la mesa, tres tomos con las partituras de los tres actos que está a punto de dirigir y que él bautiza como un "milagro". En un colgador, una bolsa de sastrería donde dejará la ropa para que se la entreguen limpia y planchada al día siguiente.
Llega el director con una mochila a su espalda. Habla pausado, con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo cuando solo faltan minutos para el ensayo general de una ópera monumental de cinco horas. Confiesa que se siente impaciente más que nervioso y que en esta ocasión se enfrenta al "más difícil todavía" porque los músicos, en vez de situarse frente a él, lo envuelven y que "calibrar los equilibrios sonoros" es complejo.
Requiere Sigfried de una orquesta de más de cien profesionales a la que los vientos del coronavirus no han conseguido frenar. Para cumplir las distancias de seguridad, hay músicos tocando desde los palcos laterales donde habitualmente se sitúa el público. Las arpas -son seis- y parte de la sección de viento rodean a Heras Casado que se entrega a ellos con confianza ciega, ayudado por asistentes desde el patio de butacas.
Una de las arpistas es Sara. La encuentro en un pasillo del teatro subiendo las escaleras con su instrumento y con la ayuda de un carrito. Su arpa pesa cerca de 50 kilos, lo mismo que ella. Le cuesta moverla, no todo va a ser glamour. Cristina, clarinete bajo, calienta en el foso: "Tocar Wagner es una pasada, un auténtico viaje y ahora que no te puedes mover de casa, ¿qué puede haber mejor?". Lucas, trombón de varas, me cuenta que no es miembro de la orquesta, que lo han llamado para colaborar y lo han hecho feliz. Son todos muy jóvenes. Salen poco por la tele porque no están de botellón.
A la salida del Real, hablo con uno de los periodistas que más disfruta y más sabe de ópera. Le confieso que era mi primera vez con Wagner y que salgo abrumada. "Date tiempo", me dice. Y me dan envidia él y los músicos que sienten las cinco horas de Sigfried como si fueran un instante.
(Más información en Instagram en @gabrielafresan)