Apagón energético

¿Es posible el gran apagón energético? Riesgos reales y soluciones a la vista de la mano del físico Marcos Pérez

El temor a un gran apagón global, causado por tormentas solares o colisiones entre satélites, plantea interrogantes sobre la fragilidad de nuestras infraestructuras tecnológicas. Según los expertos, aunque las amenazas existen contamos también con herramientas para prevenir un colapso.

En los últimos meses, ha resurgido el debate sobre un posible "gran apagón" global, un fallo energético que podría tener consecuencias devastadoras para Europa y el mundo entero. Este temor no es nuevo, pero en el contexto actual de alta actividad solar y un creciente uso de tecnologías satelitales, las posibilidades de un fallo a gran escala han captado la atención de científicos, gobiernos y ciudadanos. ¿Estamos preparados para afrontar estos desafíos?

Marcos Pérez, físico de la Casa de las Ciencias de A Coruña, explica que la actividad solar sigue ciclos de aproximadamente 11 años, en los que alterna entre períodos de calma y otros de intensa actividad. Actualmente, el Sol atraviesa un momento álgido, lo que incrementa la probabilidad de fenómenos como las eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés).

"Podemos ver estas eyecciones un poco como escupitajos que el Sol lanza en todas direcciones. Si impactan contra la Tierra, pueden provocar alteraciones en el campo magnético, atravesar la atmósfera y dañar redes de suministro eléctrico", detalla Pérez.

La historia ya nos ha dado ejemplos de los efectos de estos fenómenos. En 1989, una tormenta solar dejó sin electricidad a toda la provincia de Quebec, en Canadá, durante varias horas. Sin embargo, hoy en día las redes eléctricas son más complejas y están más interconectadas, lo que podría amplificar las consecuencias de un evento similar.

El peligro en el espacio: la congestión orbital

Además de las tormentas solares, Pérez señala un segundo riesgo, esta vez causado por la actividad humana: el crecimiento exponencial de satélites en órbita baja. En las últimas décadas, se ha pasado de unos pocos miles de satélites operativos a un escenario en el que se proyecta superar los 100.000 en pocos años, impulsado por proyectos como Starlink o Kuiper.

"Si dos de estos satélites colisionan, generarán una nube de fragmentos que viajarán a miles de kilómetros por hora. Esos fragmentos podrían impactar contra otros satélites, desencadenando una reacción en cadena que inutilice la órbita baja", advierte Pérez. Este fenómeno, conocido como síndrome de Kessler, tendría consecuencias catastróficas para la vida moderna: perderíamos satélites esenciales para la predicción meteorológica, las comunicaciones globales y la navegación.

¿Deberíamos preocuparnos?

Aunque los riesgos son reales, Pérez lanza un mensaje tranquilizador: "No es algo que deba generar una gran ansiedad. Por suerte, podemos seguir encendiendo la luz tranquilos y cargando el móvil por las noches. Yo, al menos, estoy más sereno".

No obstante, subraya la importancia de estar preparados. En el caso de las tormentas solares, las redes eléctricas pueden reforzarse con sistemas de protección frente a picos de energía. Por otro lado, para evitar la saturación orbital, ya se están desarrollando normativas internacionales para regular el lanzamiento de satélites y garantizar su retirada al final de su vida útil.

El futuro está en nuestras manos

El riesgo de un gran apagón, ya sea por causas naturales o humanas, es un recordatorio de la vulnerabilidad de nuestras infraestructuras en una sociedad altamente tecnificada. Sin embargo, también pone de manifiesto nuestra capacidad para anticiparnos y buscar soluciones. Como explica Marcos Pérez, "los problemas están ahí, pero también tenemos las herramientas para enfrentarlos". Por suerte, añade con humor el divulgador científico David Ballesteros podemos seguir "encendiendo la luz tranquilos y cargando el móvil por las noches".

Mientras tanto, gobiernos, científicos y empresas deben trabajar de la mano para proteger las redes energéticas y espaciales que sustentan nuestra vida cotidiana. La clave estará en equilibrar el avance tecnológico con una gestión responsable de los riesgos que implica.

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